Introducción
El origen del universo ha sido objeto de explicación tanto desde el razonamiento filosófico-teológico como desde la indagación científica. Dos enfoques emblemáticos son el argumento cosmológico Kalam, una formulación filosófica que busca demostrar una causa primera del universo, y la teoría cosmológica del Big Bang, el modelo científico prevalente que describe la evolución temprana del cosmos. Ambos intentan dar cuenta de cómo comenzó todo lo existente, aunque desde perspectivas y métodos distintos. En este artículo se realiza un análisis comparativo de coincidencias, diferencias y puntos de tensión entre la argumentación cosmológico Kalam y la teoría del Big Bang como explicaciones del origen del universo. Se integran las visiones filosófica-teológica, científica, evaluando el valor epistemológico de cada enfoque, sus fundamentos subyacentes, y cómo son tratados en el ámbito universitario. La exposición se organiza en secciones con encabezados claros, con un nivel de profundidad conceptual propio del discurso universitario.
El argumento cosmológico
Formulación y fundamentos filosóficos
El argumento cosmológico Kalām es una versión particular del argumento cosmológico clásico para demostrar la existencia de Dios[1]. Su forma moderna, popularizada por William Lane Craig desde 1979, se sintetiza típicamente en dos premisas y una conclusión: (1) Todo lo que comienza a existir tiene una causa; (2) El universo comenzó a existir; por lo tanto, (3) El universo tiene una causa de su existencia. Esta causa primera es identificada con una realidad trascendente (Dios) en el contexto teológico. El argumento tiene raíces históricas en la teología islámica medieval (kalām significa "discurso" en árabe), con pensadores como Al-Ghazali defendiendo la necesidad de un inicio temporal del mundo[2]. Craig y otros defensores contemporáneos han enfatizado, siguiendo a Al-Ghazali, la imposibilidad de una regresión infinita de eventos pasados: un pasado temporal infinito implicaría la existencia de un infinito actual, algo que consideran metafísicamente imposible por conllevar paradojas lógicas (ilustradas, por ejemplo, mediante la célebre analogía del Hotel de Hilbert). Así, concluyen que el tiempo y el universo deben tener un comienzo absoluto.
Una de las fortalezas del argumento Kalam radica en apelar a la intuición metafísica de causalidad: Se considera casi axiomático que de la nada, nada procede. Sus proponentes sostienen que es más razonable afirmar que cada entidad que comienza a existir tenga alguna causa que explique su aparición, que suponer surgimientos espontáneos sin causa[3]. De este modo, la primera premisa se apoya tanto en la experiencia cotidiana como en el supuesto filosófico de que el no-ser absoluto no puede originar ser[4][3]. La segunda premisa –que el universo tuvo un comienzo– ha sido defendida con argumentos filosóficos y científicos. Filosóficamente, además del razonamiento sobre los infinitos actuales ya mencionado, se arguye que una duración temporal infinita implicaría que el presente nunca habría llegado (pues no es posible atravesar un número infinito de momentos anteriores). Científicamente, los defensores del Kalam señalan que la cosmología física contemporánea proporciona indicios poderosos de que el universo no es eterno en el pasado, sino que tuvo un inicio definido[5][6]. Como veremos en la siguiente sección, estos indicios están asociados precisamente a la teoría del Big Bang.
La conclusión del argumento Kalam postula, entonces, la existencia de una causa primera del universo con atributos consistentes con la noción clásica de Dios: Una causa eterna, inmutable, atemporal e inmaterial, capaz de crear el universo ex nihilo (de la nada)[2]. Dicha causa trasciende el propio universo físico y se entiende que voluntariamente dio origen al ser. Es decir, no se trata de una causa mecánica inserta en la cadena causal natural, sino de un agente metafísico fuera del tiempo y del espacio. Esta identificación con un creador personal es generalmente sustentada por filósofos teístas: Argumentan que, dado que antes del comienzo del tiempo no podía haber condiciones previas en un sentido físico, la causa del universo debe poseer voluntad para iniciar algo sin condicionantes anteriores, lo que encaja con la noción de un Dios personal.
Perspectiva teológica e influencia histórica
Si bien el argumento Kalam es filosófico en su estructura, tiene claras implicaciones teológicas. Históricamente, su motivación provino de concepciones religiosas de creación del mundo en el tiempo, en contraste con visiones como la aristotélica de un cosmos eterno. Pensadores cristianos y musulmanes adoptaron este argumento para defender la idea de un comienzo absoluto dado por Dios. La teología judía, cristiana e islámica comparten la noción de creación ex nihilo, y el Kalam proporciona un respaldo racional a dicha noción al concluir que debe existir un Creador. En el medievo islámico, la escuela kalām (de la cual el argumento toma el nombre) debatió intensamente con los filósofos aristotélicos sobre si el universo tenía inicio o no, sentando bases para la formulación empleada hoy.
En la actualidad, el argumento cosmológico Kalam ha resurgido en el discurso filosófico gracias a Craig y otros autores, no solo en círculos confesionales sino en debates filosóficos generales. De hecho, ha suscitado un debate contemporáneo vigoroso con filósofos ateos o agnósticos. Figuras como Graham Oppy, J. L. Mackie, Adolf Grünbaum o Quentin Smith han formulado objeciones y contra argumentos en revistas académicas y obras especializadas[7]. El propio Quentin Smith llegó irónicamente a proponer una variante del Kalam para argumentar a favor del ateísmo, cuestionando las premisas en dirección opuesta[8]. Pese a las críticas, incluso filósofos escépticos reconocen la seriedad intelectual de esta línea argumentativa: Michael Martin, filósofo ateo, admitió que la versión revisada del argumento de Craig está "entre las más sofisticadas y bien argumentadas en la filosofía teológica contemporánea"[9]. Esto indica que, en el ámbito académico, el Kalam es tomado como un argumento digno de consideración, aunque no haya consenso sobre su fuerza concluyente. En la siguiente sección examinaremos cómo dialoga este argumento filosófico-teológico con la explicación ofrecida por la cosmología física moderna.
La teoría cosmológica del Big Bang
Descripción científica y evidencia empírica
La teoría del Big Bang es el modelo científico cosmológico prevalente para explicar el origen y evolución temprana del universo. Según este modelo estándar, todo el espacio, el tiempo, la materia y la energía del universo estaban concentrados hace unos 13.800 mil millones de años en un estado inicial extremadamente denso y caliente, a partir del cual comenzó la expansión cósmica[10][11]. Dicho punto inicial, que marca el comienzo del universo, es comúnmente llamado Big Bang o "gran explosión" (denominación acuñada irónicamente por Fred Hoyle)[12]. Desde ese instante inicial, el universo se ha ido expandiendo y enfriando. En los primeros instantes, tras una fracción diminuta de segundo conocida como tiempo de Planck, ocurrieron fenómenos como la inflación cósmica (una expansión exponencial muy breve) y luego la formación de partículas subatómicas conforme bajaba la temperatura. En los primeros minutos se originaron núcleos atómicos ligeros (proceso de nucleosíntesis primigenia) y, unos 380.000 años más tarde, el universo se enfrió lo suficiente para que protones y electrones formaran átomos neutros, liberándose la radiación de fondo de microondas que observamos hoy. Este relato, sustentado por la física de partículas y la relatividad general, traza la evolución desde ese plasma inicial hasta la formación de las primeras estrellas y galaxias conforme la expansión continuaba[13][14].
El Big Bang, como teoría científica, se apoya en una amplia gama de evidencias empíricas que la han hecho esencial y prácticamente universalmente aceptada en la comunidad científica[15]. Entre las evidencias clave destacan: (a) el corrimiento al rojo de las galaxias lejanas (descubierto por Edwin Hubble en 1929), que indica la expansión del espacio y sugiere que en el pasado las galaxias estaban mucho más próximas entre sí; (b) la existencia del fondo cósmico de microondas, un débil resplandor de microondas proveniente de todas las direcciones del espacio, predicho teóricamente y descubierto en 1965, que corresponde al remanente del calor del universo joven cuando se volvió transparente; y (c) la abundancia primordial de elementos químicos ligeros (hidrógeno, helio, litio) en concordancia con los cálculos de nucleosíntesis en un universo caliente y denso en sus primeros minutos. Estas pruebas, junto con los avances en la teoría de la relatividad general de Einstein, cimentaron el Big Bang como el paradigma cosmológico. Cabe mencionar que a mediados del siglo XX hubo un debate científico entre este modelo y la teoría del estado estacionario (defendida por Hoyle, Bondi y Gold), la cual proponía un universo eterno con creación continua de materia. Sin embargo, la acumulación de evidencia observacional inclinó la balanza a favor del Big Bang, haciendo insostenible la alternativa estacionaria[16]. Hoy en día, el modelo estándar (con algunas modificaciones, como la incorporación de la inflación y de la energía oscura para explicar la expansión acelerada reciente) sigue siendo la descripción científica de consenso sobre el origen y evolución del cosmos.
Alcance explicativo y límites conceptuales
Es importante subrayar qué explica y qué no explica la teoría del Big Bang. En tanto modelo científico, describe con gran éxito la evolución del universo desde un estado inicial hasta el estado actual, pero no aborda la causa originante de ese estado inicial. De hecho, por construcción, el modelo estándar se inicia en un tiempo muy pequeño (usualmente se toma el tiempo de Planck, ~10^−43 segundos, después del "inicio") a partir del cual aplicamos las leyes físicas conocidas[11]. La física actual no puede describir con certeza el instante cero o el "antes" del Big Bang, ya que en esa singularidad inicial las densidades y energías serían infinitas y las teorías disponibles (relatividad general y mecánica cuántica) dejan de ser aplicables conjuntamente. En palabras llanas, la ciencia puede rastrear la historia cósmica hasta acercarse asintóticamente al momento inicial, pero no puede extrapolar más allá sin un marco teórico nuevo (como una teoría cuántica de la gravedad aun no alcanzada). Por ello, el Big Bang no da cuenta del porqué último del universo, ni afirma o niega la existencia de un Creador, sino que se limita a describir el cómo físico de la expansión y enfriamiento del cosmos temprano. Como señala la literatura, el modelo estándar "no trata de explicar la causa" del surgimiento del universo, sino únicamente su evolución temprana dentro de un intervalo temporal definido[11].
Esta limitación reconocida ha sido expresada también desde una perspectiva filosófica y teológica. Juan Pablo II, en un discurso académico de 1981, explicó que cualquier hipótesis científica sobre el origen del mundo deja abierto el problema del comienzo en sí: la ciencia por sí sola no puede resolver la cuestión de por qué hay un universo en absoluto, haciendo falta recurrir a saberes que trascienden la física (metafísica e incluso la teología revelada)[17]. En otras palabras, mientras la cosmología describa el despliegue del universo, la pregunta de fondo –¿por qué existe algo en vez de nada?– permanece fuera de su alcance. Este punto suele ilustrarse con la distinción entre causas próximas y causa última: el Big Bang proporciona causas y explicaciones próximas (físicas) del estado actual del universo en términos de estados anteriores, pero la causa última (por qué existe y empezó todo el conjunto) no es respondida por el método científico.
Debe notarse también que la teoría del Big Bang, al hablar de un "comienzo" del universo, introduce un aspecto temporal peculiar: el propio tiempo físico comienza con el Big Bang. Preguntar "¿qué ocurrió antes del Big Bang?" carece de sentido dentro del modelo, ya que el tiempo y el espacio surgen en ese punto inicial (de manera análoga a cómo no hay un "norte" más allá del Polo Norte). Algunos cosmólogos han explorado modelos cuánticos donde el Big Bang podría ser reemplazado por, por ejemplo, un universo cíclico (rebotes sucesivos) o una fluctuación cuántica inicial. Sin embargo, hasta ahora ninguna teoría alternativa ha logrado respaldo empírico suficiente o coherencia teórica completa para desplazar al modelo estándar con un "antes" natural del Big Bang. De hecho, los teoremas de singularidad y resultados como el teorema Borde-Guth-Vilenkin (2003) indican que cualquier universo en expansión debe tener un límite inicial en el pasado, es decir, no puede extenderse infinitamente hacia atrás en el tiempo[6]. Incluso en escenarios hipotéticos de multiversos o inflación eterna, suele argumentarse que en promedio la expansión cósmica exige un principio absoluto. El propio cosmólogo Alexander Vilenkin ha concluido en sus análisis que "ninguno de esos modelos (alternativos) puede ser eterno en el pasado" y que "toda la evidencia que poseemos dice que el universo tuvo un comienzo"[6]. Estas afirmaciones, si bien sujetas al carácter tentativo de la ciencia, muestran que la finitud temporal del universo es apoyada por la mayoría de los datos y teorías actuales.
Por último, conviene resaltar que la teoría del Big Bang, como constructo científico, está sujeta a revisión y mejora constante conforme surgen nuevos datos o desarrollos teóricos. Es un modelo en evolución, no una verdad pétrea. Conceptos como la materia oscura, la energía oscura, la inflación o posibles dimensiones extra se han incorporado para explicar observaciones, y futuras teorías (por ejemplo, de gravedad cuántica) podrían alterar la descripción de los primeros instantes. Sin embargo, tales eventuales modificaciones no suelen eliminar la noción general de un universo en expansión originado hace finito tiempo, sino que buscan describir con mayor detalle las condiciones de ese origen. En suma, el Big Bang constituye una explicación poderosa y empíricamente fundamentada del cómo del origen cósmico, pero no pretende ser en sí mismo una respuesta al porqué último, terreno donde entra la discusión filosófico-teológica.
Figura: Representación esquemática de la expansión y evolución del universo desde el Big Bang (izquierda) hasta la actualidad (derecha). El modelo cosmológico estándar postula un comienzo hace ~13.8 mil millones de años, donde espacio, tiempo, materia y energía emergen de un estado inicial denso y caliente[10][11]. A partir de allí, el universo se expande y enfría: se observa a la izquierda el fondo de radiación cósmica (vestigio de 380.000 años post-Big Bang) y la posterior formación de estructuras (galaxias) a medida que transcurre el tiempo hacia la derecha.
Coincidencias entre el argumento Kalam y la teoría del Big Bang
A primera vista, el argumento cosmológico Kalam y la teoría del Big Bang pertenecen a esferas distintas (una filosófico-teológica, la otra científica). Sin embargo, presentan una importante coincidencia en sus conclusiones de base: ambos afirman que el universo tuvo un comienzo. Esta convergencia entre una tesis filosófica antigua y un descubrimiento científico moderno ha sido ampliamente comentada. Para los defensores del Kalam, el advenimiento del Big Bang en la cosmología del siglo XX supuso una confirmación sorprendente de lo que argumentaban teóricamente: que el universo no es eterno, sino que tuvo un origen temporal. El modelo estándar del Big Bang, con su "singularidad" inicial, predice efectivamente un comienzo absoluto del espacio-tiempo y de toda la materia y energía[5]. Así lo señala Craig: de ser correcto el modelo del Big Bang, tendríamos una corroboración científica impresionante de la premisa clave del Kalam sobre el inicio del universo[5].
No es casual que apologetas y filósofos teístas hayan incorporado los hallazgos de la cosmología en su argumentación. Se suele citar que antes de la era moderna era posible dudar empíricamente de un inicio del mundo, imaginando un universo eterno; pero hoy, con la evidencia astrofísica en mano, sostener un universo sin comienzo resulta difícil. De hecho, como vimos, todos los datos astronómicos apuntan hacia un universo con edad finita. Esta coincidencia ha llevado a afirmar que el proponente contemporáneo del argumento Kalam "se encuentra cómodamente dentro de la corriente científica principal al defender que el universo comenzó a existir"[18]. Dicho de otra forma, la cosmovisión científica actual no contradice, sino que respalda indirectamente la segunda premisa del Kalam (un comienzo cósmico), ubicando a este argumento filosófico en sintonía con la cosmología vigente.
Otra coincidencia digna de mención es que tanto el Kalam como muchas interpretaciones del Big Bang concuerdan en la idea de una creación a partir de la nada (creatio ex nihilo). En la teología judeocristiana, Dios crea libremente el mundo de la nada absoluta, sin materia preexistente. La imagen que ofrece el Big Bang –la emergencia de todo el espacio-tiempo y la materia desde un "punto" inicial– se asemeja notablemente a esa noción, al menos superficialmente. De hecho, fue motivo de asombro para muchos que la ciencia llegara a un modelo tan "metafísicamente denso": el astrofísico y sacerdote Georges Lemaître, pionero del Big Bang, habló del "átomo primigenio" como el origen, y el papa Pío XII en 1951 llegó a sugerir que este modelo científico proporcionaba una base para la doctrina de la creación. Aunque Lemaître mismo advirtió contra mezclar indebidamente planos (científico y teológico), reconocía que el Big Bang era congruente con la idea de la creación divina[19][20]. Posteriormente, Juan Pablo II enfatizó que, si bien la ciencia por sí no puede descubrir a Dios, la existencia de un comienzo cósmico armoniza con (y de ningún modo refuta) la noción de un acto creador trascendente[17]. Muchos teólogos y filósofos contemporáneos ven en la constatación científica de un inicio temporal del universo una feliz convergencia con lo sostenido por las tradiciones religiosas: el universo no se ha "autoexistido" desde siempre, sino que tuvo un origen, lo que deja conceptual y lógicamente espacio para un Creador.
Desde la perspectiva del lenguaje y la búsqueda de sentido, tanto el Kalam como la teoría del Big Bang hablan en última instancia de un origen singular: un punto fundamental en la narrativa del cosmos. Aunque lo hagan en registros distintos (el Kalam, en términos de causalidad metafísica; el Big Bang, en términos de eventos físicos), ambos proporcionan una respuesta contraria a la idea de un universo infinito hacia el pasado. Esta coincidencia en afirmar un comienzo ha propiciado diálogos interdisciplinarios: encuentros académicos donde cosmólogos, filósofos y teólogos discuten las implicaciones de que nuestro universo tenga una edad finita. En suma, Kalam y Big Bang comparten una tesis común crucial: hubo un momento en que el universo comenzó a ser, una conclusión que trasciende viejas divisiones entre ciencia y filosofía, y que se erige como un punto de acuerdo fundamental entre ambas visiones.
Diferencias y puntos de tensión
A pesar de las coincidencias señaladas, existen diferencias profundas entre el argumento Kalam y la teoría del Big Bang, las cuales dan lugar a importantes puntos de tensión. La distinción más evidente es la naturaleza del enfoque: el Kalam es un argumento filosófico-teológico, fundamentado en la razón abstracta y principios metafísicos, mientras que el Big Bang es una teoría científica, apoyada en observaciones empíricas y formulaciones matemáticas. De esta diferencia básica se derivan varias divergencias específicas:
- Objeto de explicación: El Kalam busca explicar por qué existe el universo y qué lo hizo comenzar a existir; su respuesta es una causa trascendente (Dios) que crea libremente. En cambio, el Big Bang explica cómo evolucionó el universo en sus inicios; describe procesos naturales (expansión, enfriamiento, formación de partículas), pero no identifica ninguna causa agente externa para el origen del universo[11]. Esta discrepancia genera tensión porque el Kalam afirma explícitamente la necesidad de una causa, mientras la cosmología estándar permanece metodológicamente silente sobre esa cuestión (ni la confirma ni la niega). Para un filósofo teísta, el silencio científico sugiere una oportunidad de insertar la causa divina; para un científico naturalista, la causalidad divina es una hipótesis innecesaria o extralimitada.
- Metodología y verificabilidad: El argumento Kalam se defiende mediante lógica y consideraciones metafísicas. Sus premisas no pueden ser directamente verificadas o falsadas en un experimento; dependen de su coherencia lógica y plausibilidad filosófica. Por ejemplo, la premisa "todo lo que comienza a existir tiene causa" se asienta en la intuición y uniformidad metafísica, más no en una prueba empírica directa. Por el contrario, la teoría del Big Bang se formó y consolidó gracias a evidencias observacionales (movimiento de galaxias, radiación fósil, etc.) y puede ser puesta a prueba con nuevos datos astronómicos. Esto significa que el Big Bang tiene un estatuto epistémico de teoría científica falsable y abierta a revisión, mientras que el Kalam, al ser argumento filosófico, se mueve en el terreno de lo no empiricamente falsable (uno no puede "observar" directamente la causa del universo ni reproducir el comienzo en laboratorio). Esta diferencia hace que algunos críticos consideren que el Kalam, al introducir a Dios, sale del dominio de lo comprobable, mientras que el Big Bang deliberadamente limita su afirmación a lo comprobable. Desde la perspectiva de la filosofía de la ciencia, podría decirse que Kalam opera en un nivel de explicación meta-científico, y ahí surgen tensiones sobre su estatus de conocimiento válido frente al conocimiento científico.
- Naturaleza de la causa vs. descripción de eventos: Para el Kalam, el origen del universo se explica postulando una causa personal y trascendente. Esto añade una dimensión cualitativa distinta: implica intencionalidad, finalidad y un orden causal diferente al natural. La teoría del Big Bang, en cambio, plantea que el inicio del universo puede no tener causa en términos físicos convencionales, especialmente si hablamos del inicio mismo del espacio-tiempo. Algunos científicos, como Stephen Hawking, han sugerido modelos en los que el universo podría ser "autosuficiente", sin necesidad de causa externa, emergiendo de leyes físicas (como la gravedad cuántica) que permitirían una auto-creación a partir de una fluctuación cuántica de la nada física. Tales propuestas intentan extender la cosmología para abarcar el origen sin introducir agentes metafísicos. Aquí surge un punto de tensión filosófica directo: los teístas acusan que hablar de "auto-creación" es un contrasentido, puesto que nada que no existe puede crearse a sí mismo. En palabras de un análisis filosófico-científico, la idea de un universo autocontenido que se explique por meras leyes físicas es problemática: "el Universo no tiene en sí mismo la razón de su ser y no puede 'crearse'"[21]. La ley de la gravedad o la mecánica cuántica en el vacío, argumentan, no son "nada"; siguen siendo algo existente dentro de un marco que necesitaría a su vez explicación. Esta polémica muestra la fricción entre una visión naturalista, que intenta eliminar la causa trascendente incluso en el origen, y la visión teísta, que considera insoslayable que algo distinto de la creación (Dios) explique la existencia de la creación.
- Causalidad y física contemporánea: Una diferencia técnica pero importante radica en la interpretación de la causalidad. El Kalam asume un principio clásico de causalidad: cada efecto tiene una causa anterior. Sin embargo, la física moderna ha revelado fenómenos donde la causalidad no se manifiesta de manera determinista tradicional. En la mecánica cuántica, por ejemplo, hay sucesos aleatorios (como la desintegración de un átomo radiactivo) que no tienen una causa determinista específica, solo probabilidades. Algunos han arguido que tales fenómenos cuánticos son "acausales" en cierto sentido (intrínsecamente indeterministas), desafiando así la universalidad de la premisa causal del Kalam[22]. Los defensores del Kalam responden que las fluctuaciones cuánticas ocurren dentro de un contexto físico preexistente (un campo cuántico, energía del vacío, etc.), no son surgimientos ex nihilo absolutos, por lo que no constituyen verdaderas excepciones a "todo lo que comienza tiene causa". No obstante, la discusión permanece: ¿es la causalidad una ley inviolable o una regla empírica sin excepción? En la física relativista, además, el concepto de causalidad se complica por la naturaleza del espacio-tiempo (por ejemplo, eventos fuera del cono de luz no pueden influirse causalmente). Así, ciertos filósofos de la ciencia señalan que las premisas del Kalam no encajan del todo con la física contemporánea: eventos cuánticos sugieren que algo podría comenzar a existir sin causa definida, y la necesidad de estados "previos" al Big Bang se diluye en modelos inflacionarios donde el tiempo mismo podría ser parte de un cuadro más amplio[23][24]. Esta tensión técnica alimenta críticas al Kalam desde la ciencia, indicando que sus supuestos podrían reflejar una intuición pre-científica de causalidad no plenamente acorde con la realidad física conocida.
- Uso de la evidencia vs. diferente estándar de prueba: El Kalam frecuentemente recurre a los hallazgos científicos para apoyar su premisa de que el universo comenzó (se apela al Big Bang, a la segunda ley de la termodinámica que predice un fin del universo si fuera eterno, a teoremas cosmológicos como BGV). Sin embargo, los escépticos señalan que existe una asimetría: mientras la ciencia requiere evidencias robustas para aceptar una hipótesis, el Kalam incorpora la ciencia pero luego da un salto adicional no empírico (identificar la causa con Dios). Esto produce tensiones en debates académicos: ¿Es legítimo extrapolar desde un comienzo cósmico inferido científicamente hasta la afirmación de un Dios creador? Los críticos sostienen que incluso si la ciencia muestra un origen, no autoriza a concluir la naturaleza de la causa; podría haber causas naturales desconocidas o la pregunta podría ser mal planteada. Por otro lado, quienes defienden el Kalam dicen que si toda explicación natural requiere otra anterior, es razonable positar una causa de orden superior (no natural) como término de la serie explicativa, y que esto no contradice a la ciencia sino que llena un vacío que la ciencia deja (vacío de orden metafísico). Esta diferencia de criterio explicativo (naturismo científico vs. metafísica explicativa) es quizás la línea divisoria más profunda entre ambos enfoques.
En resumen, los puntos de tensión se centran en si el principio de causalidad es absoluto o no, en si el universo requiere una causa externa o puede explicarse solo, y en cómo interpretar un "comienzo" (físicamente, filosóficamente). Mientras el Kalam afirma que el comienzo del universo exige un agente trascendente, la ciencia mantiene que no introduce hipótesis no contrastables, y algunos científicos teóricos especulan con explicaciones auto-contenidas. Estas tensiones generan un fértil campo de diálogo y controversia: por ejemplo, debates públicos entre defensores del teísmo (Craig u otros) y cosmólogos ateos (como Lawrence Krauss o Sean Carroll) han abordado justamente si el Big Bang necesita a Dios o si la física cuántica lo puede originar de la "nada". Hasta el día de hoy, no hay una resolución definitiva: la respuesta depende en gran medida de los supuestos filosóficos con que uno aborde la cuestión (materialismo vs teísmo, empirismo radical vs racionalismo metafísico).
Valor epistemológico de cada enfoque
Desde una perspectiva epistemológica (es decir, relativa a la naturaleza y alcance del conocimiento que brindan), el argumento Kalam y la teoría del Big Bang operan en planos distintos y ofrecen diferentes tipos de justificación de sus afirmaciones. Es importante evaluar el valor cognoscitivo de cada enfoque, reconociendo tanto su potencia explicativa como sus límites.
Enfoque Kalam – conocimiento filosófico/metafísico: El argumento Kalam proporciona un conocimiento de tipo deductivo-racional. Si sus premisas son verdaderas y la deducción es válida, su conclusión se seguiría necesariamente. Su valor epistemológico, entonces, depende crucialmente de la certeza o plausibilidad que otorguemos a las premisas. La primera premisa ("todo lo que comienza a existir tiene causa") pretende ser un principio metafísico fundamental, apoyado en la experiencia universal y en la coherencia lógica (no podemos siquiera concebir, se dice, algo surgiendo sin causa realmente de la nada). Sin embargo, este principio no es un resultado científico, sino más bien un postulado ontológico; su fuerza radica en la evidencia intuitiva y en la ausencia aparente de contraejemplos lógicos sólidos. La segunda premisa ("el universo comenzó a existir") hoy posee un respaldo empírico considerable (como vimos con el Big Bang), pero estrictamente hablando es una inferencia científica sujeta a revisiones: la ciencia indica un universo finito en el pasado hasta donde sabemos. El Kalam asume esta premisa como prácticamente cierta, reforzándola también con argumentos filosóficos contra infinitos temporales. Dado lo anterior, el conocimiento que brinda el Kalam –la existencia de una causa primera trascendente– es inferido más que directamente observado. Se trata de una conclusión filosófica cuya aceptación varía entre pensadores: para algunos, es tan sólida como los principios de causalidad y no-infinidad que la sostienen; para otros, es tan débil como las conjeturas sobre lo que ocurrió "antes" del tiempo. Epistemológicamente, el Kalam ilustra el conocimiento a priori o mixto (apoyado en premisas empíricas generales pero argumentado lógicamente). Su valor es mayor en el ámbito de la coherencia racional y la capacidad de integrar diferentes datos en una explicación última. Ahora bien, es susceptible de críticas precisamente por apoyarse en nociones controvertibles (¿es absolutamente imposible un infinito actual? ¿realmente todo evento debe tener causa?). A diferencia de las ciencias empíricas, aquí no hay experimentos que decidan la cuestión; el debate se dirime por argumentos más refinados o la reinterpretación de los principios. Por ello, el grado de certeza que puede reclamarse al Kalam no es equivalente al de una teoría científica bien confirmada; es más bien un saber de índole filosófica que busca ser racionalmente persuasivo, pero que admite la discrepancia racional.
No obstante, el Kalam tiene un alto valor explicativo en el plano metafísico: intenta dar cuenta no solo de un hecho particular, sino del hecho más general de la existencia del universo. En términos de significado, proporciona una respuesta a la pregunta última ("¿por qué hay algo en lugar de nada?") que la ciencia positiva deja abierta[25]. Desde el punto de vista de muchos, ese es un logro no menor: entrega una cosmovisión en que el universo es inteligible en su origen gracias a un agente necesario. En cambio, si renunciáramos a cualquier respuesta metafísica, quedaríamos con un interrogante quizá insoluble a nivel racional. Así, el valor epistemológico del Kalam también se aprecia en su papel de completar una imagen coherente de la realidad: complementa el conocimiento científico con una propuesta de razón suficiente para la existencia. Por supuesto, este valor es reconocido principalmente dentro de marcos filosófico-teístas; en entornos naturalistas, tal "explicación última" es vista con suspicacia por considerarla no verificable. En resumen, el Kalam aporta conocimiento de tipo filosófico: menos inmediato que el científico, pero buscando mayor generalidad y fundamentación última. Su fiabilidad percibida depende del grado de convencimiento que sus premisas generen en la comunidad intelectual, lo cual sigue siendo materia de debate.
Enfoque Big Bang – conocimiento científico/empírico: La teoría del Big Bang brinda conocimiento empírico-corroborado sobre la historia cósmica. Su valor epistemológico es alto en términos de predictividad y confirmación experimental: ha pasado pruebas observacionales (predijo el fondo de microondas, por ejemplo, antes de descubrirse), se ajusta a multitud de datos (estructura a gran escala del universo, abundancias elementales, etc.) y se integra en el marco teórico bien asentado de la física. Como modelo científico, es refutable en principio y perfectible, lo que en epistemología popperiana es un sello de solidez provisional: hasta ahora ha resistido intentos de refutación y ha incorporado novedades manteniendo su esencia. Por ende, el Big Bang proporciona un conocimiento considerado objetivo y público, en el sentido de que cualquier observador cualificado puede verificar sus afirmaciones midiendo el cosmos. Este conocimiento es además cuantitativo y específico: nos informa la edad aproximada del universo (13.8 mil millones de años), describe etapas concretas (inflación, nucleosíntesis, recombinación, etc.) y permite calcular fenómenos (p. ej., la temperatura del fondo cósmico hoy).
No obstante, el alcance epistemológico del Big Bang está deliberadamente limitado a cuestiones de orden físico-natural. Como ya se enfatizó, no pretende responder preguntas metafísicas ni entrar en causas intencionales. Algunos filósofos de la ciencia indican que la cosmología física trabaja con un ideal regulativo de explicar fenómenos a partir de otros fenómenos anteriores (dentro del universo), pero no está equipada –ni aspiraría en su método– a explicar por qué hay un universo con leyes en primer lugar. En este sentido, el conocimiento que nos da es condicional: dado que el universo existe, esto es lo que sucedió en sus primeros instantes y cómo llegó a su estado actual. Pero si uno pregunta "¿por qué se dio ese estado inicial en vez de no haber nada?", la ciencia no tiene herramientas para responder. Esto no es un defecto del Big Bang en sí, sino una característica de la ciencia empírica: su método se restringe a causas intramundanas y a lo observable. Así pues, epistemológicamente, la teoría del Big Bang es valiosa por su objetividad y consenso, pero también es consciente de su horizonte de ignorancia más allá de cierto límite (el instante inicial y lo anterior a él).
Comparativamente, podríamos decir que el Kalam ofrece una respuesta de carácter epistemológico diferente a la del Big Bang: la primera es una respuesta explicativa última (muy general, poco contrastable), la segunda es una respuesta descriptiva provisional (muy detallada, altamente contrastable). Cada enfoque tiene valor en su dominio: el Big Bang es sumamente fiable en la descripción de lo sucedido después del origen, mientras que el Kalam pretende ser fiable en la explicación de lo que causó el origen. En cuanto a fundamentos, la ciencia del Big Bang se basa en una red de teorías comprobadas (física atómica, gravitación, etc.) y en datos, lo que le confiere un peso epistémico fuerte en el plano factual. El Kalam se basa en principios de razón, experiencia metafísica y coherencia conceptual, lo que le da un peso epistémico en el plano de la necesidad lógica más que de la evidencia física. Muchos sostendrían que el ideal es articular ambos saberes sin contraponerlos: usar el Big Bang para saber cómo ocurrió el origen y el Kalam (u otro argumento metafísico) para reflexionar por qué ocurrió y qué significa. Sin embargo, otros argumentan que hasta que un enunciado no sea falsable o empiricamente verificable (como "Dios creó el mundo"), no lo considerarían "conocimiento" en sentido estricto, sino creencia filosófica. Este es un debate epistemológico de fondo entre corrientes empiristas y racionalistas.
En conclusión, el Kalam y el Big Bang representan dos vías de conocimiento complementarias pero diferentes. El valor epistemológico de cada uno es alto en su esfera: la teoría del Big Bang es uno de los mayores logros del conocimiento científico moderno sobre la realidad física, mientras que el argumento Kalam pretende darnos conocimiento sobre realidades metafísicas fundamentales (causa primera, finitud del tiempo). Reconocer las diferencias en sus criterios de validación y alcance nos permite apreciar lo que cada uno aporta sin exigirle lo que no puede dar: no pedimos a la cosmología que revele verdades sobrenaturales, ni al argumento filosófico que provea números y predicciones observacionales. Cada cual, en su terreno, enriquece nuestra comprensión del origen del universo, aunque siga habiendo un salto entre la descripción científica del comienzo y la atribución de sentido o causa última que es materia de la filosofía y la teología.
Tratamiento en el ámbito universitario
En el contexto académico universitario, tanto la teoría del Big Bang como el argumento cosmológico Kalam ocupan espacios de discusión, si bien en facultades o cursos diferentes y con estatus distintos.
En las ciencias físicas, la teoría del Big Bang es parte del currículo estándar de astronomía y cosmología. Se enseña en cursos de física, astrofísica y geofísica como el modelo aceptado para el origen y evolución del universo. Los estudiantes de universidad en dichas áreas aprenden las ecuaciones de Friedman, la evidencia observacional, y discuten las fronteras del modelo (problemas del horizonte, de la planitud, etc., que dieron pie a la inflación, por ejemplo). El Big Bang se presenta como un modelo científico consolidado, aunque provisional en los detalles: se enfatiza que es apoyado por la evidencia pero que puede ser refinado por nueva ciencia. En este entorno, típicamente no se abordan implicaciones filosóficas o teológicas en profundidad, más allá de mencionar históricamente el impacto que tuvo la idea de un comienzo del universo en una disciplina que antaño suponía un cosmos eterno por simplicidad. Sin embargo, en clases de historia de la ciencia o ciencia y sociedad se podría comentar el inicial rechazo de algunos científicos al Big Bang por parecer "demasiado religioso" (Lemaître era sacerdote; Hoyle menospreciaba el Big Bang quizá por su implicación de inicio). Este hecho histórico se discute para ilustrar cómo cosmovisiones filosóficas de los científicos (p.ej. el deseo de un universo autosuficiente) pueden influir en sus propuestas teóricas, aunque al final los datos empíricos decidieron el debate a favor del Big Bang[16]. Así, en los departamentos de ciencias, el Big Bang es tratado como un hecho científico fundamental, y cualquier conexión con argumentos como el Kalam suele quedar fuera del temario científico formal. No obstante, cabe señalar que existen programas de divulgación científica y actividades de extensión que exploran la relación entre cosmología y filosofía/religión, a menudo organizadas conjuntamente por facultades de ciencia y humanidades.
En las humanidades y estudios filosóficos/teológicos, el argumento cosmológico Kalam es materia de análisis en cursos de filosofía de la religión, metafísica y teología natural. En la educación universitaria filosófica, se presentan los argumentos clásicos a favor de la existencia de Dios (ontológico, cosmológico, teleológico, moral, etc.), entre los cuales el Kalam destaca en la época contemporánea por haber revivido el debate con aportes científicos modernos. Los estudiantes de filosofía analizan la estructura lógica del argumento, evalúan la verdad de sus premisas y estudian las críticas formuladas por diversos pensadores. Se discuten, por ejemplo, las objeciones de Hume y Kant a los argumentos cosmológicos tradicionales, y cómo el Kalam difiere de ellos al incorporar la premisa de un inicio temporal. También se incorporan las críticas de filósofos actuales (Oppy, Grünbaum, etc.), algunas de las cuales cuestionan si es legítimo asumir que el universo debe tener una causa o si el concepto de causa siquiera aplica a un origen absoluto. En ámbitos teológicos, como seminarios o facultades de teología, el Kalam suele ser bien recibido como un apoyo racional a la doctrina de la creación. Allí se discute su compatibilidad con la fe: generalmente se ve al Kalam como coherente con la idea de un Dios creador y útil apologéticamente para dialogar con no creyentes en terreno filosófico razonable. No obstante, teólogos sofisticados también advierten sus límites: la fe cristiana, por ejemplo, no depende de demostraciones filosóficas, y reconocen que Dios trasciende lo que un silogismo pueda captar. Aún así, se valora que en el diálogo fe-razón el Kalam ofrezca un puente, mostrando que no es irracional creer en un creador dado el consenso científico de un universo con inicio. Universidades con orientación confesional (católica, protestante, islámica) con frecuencia incluyen estos temas en cursos interdisciplinarios, e incluso se publican trabajos académicos examinando la concordia o conflicto entre el Big Bang y la doctrina de la creación. Por ejemplo, el Grupo de Ciencia, Razón y Fe (CRYF) de la Universidad de Navarra (España) ha publicado análisis donde se subraya que el Big Bang, lejos de contradecir la noción de creación, le deja espacio abierto: la ciencia no puede cerrar la cuestión de la creación ex nihilo, y las reflexiones filosóficas y teológicas complementan la cosmología en la búsqueda de una verdad completa[17][21].
En cuanto a investigación y publicaciones, el tema del origen del universo es, por naturaleza, interdisciplinario. En revistas especializadas de filosofía de la ciencia se encuentran artículos que evalúan la compatibilidad del Kalam con la física moderna –algunos concluyen que las premisas del Kalam no se ajustan del todo a ciertos marcos físicos[24], mientras que otros filósofos científicos (como William Lane Craig en sus escritos cosmológicos) argumentan que la cosmología apoya un universo con inicio y eso respalda al Kalam. Asimismo, en la literatura de cosmología cuántica se discuten modelos de "universo a partir de la nada" (como la propuesta de Vilenkin de tunelización cuántica, o la de Hartle-Hawking de un universo sin borde inicial), y a menudo se añaden apartados filosóficos que exploran si dichos modelos eliminan o no la necesidad de una causa trascendente. Estas discusiones a veces llegan al aula universitaria en seminarios avanzados o cursos de postgrado que juntan a estudiantes de física con filosofía, reflejando un genuino interés académico por las implicaciones conceptuales de la cosmología.
En suma, en la universidad conviven ambos enfoques: el Big Bang enseñado como ciencia establecida en facultades de ciencia, y el Kalam estudiado y debatido en facultades de filosofía o teología. Es relativamente frecuente que se organicen conferencias o mesas redondas interfacultades sobre "El origen del universo: ¿qué dice la ciencia? ¿qué dice la filosofía/teología?", justamente abordando comparaciones como la que en este trabajo se expone. En tales foros, suele concluirse que no hay contradicción necesaria entre ambas perspectivas si cada una se mantiene en su competencia: la ciencia describe el inicio, la filosofía lo interpreta. Pero también se hacen patentes las tensiones cuando alguna parte excede su ámbito: por ejemplo, cuando científicos proclaman que "no hace falta Dios, la cosmología se basta a sí misma", o cuando teólogos afirman que "la ciencia prueba la existencia de Dios". En la academia seria se tiende a ser más matizado: se reconoce la autonomía de la ciencia (como decía Lemaître, "nunca se podrá reducir el Ser supremo a una hipótesis científica"[26]) a la vez que se admite la legitimidad de la pregunta metafísica (como afirmó Juan Pablo II, la ciencia por sí sola no agota el misterio del comienzo[17]). En definitiva, el trato universitario de estos temas es un ejercicio de diálogo interdisciplinario: se fomenta que el científico amplíe su formación filosófica para entender qué puede o no decir su teoría, y que el filósofo conozca la ciencia vigente para no basar sus argumentos en cosmologías obsoletas. Este espíritu de mutua ilustración es quizá uno de los valores pedagógicos más importantes que surgen del estudio comparativo entre el argumento Kalam y la teoría del Big Bang en la academia.
Conclusión
El estudio comparativo del argumento cosmológico Kalam y la teoría científica del Big Bang revela un paisaje rico en coincidencias iluminadoras, diferencias esenciales y fecundos puntos de tensión. Coinciden en afirmar un comienzo del universo, lo que ha permitido un interesante puente entre la cosmología moderna y antiguas intuiciones filosófico-teológicas sobre la creación. Sin embargo, divergen profundamente en su enfoque: el Kalam busca una explicación metafísica-trascendente (¿qué causa o quién causa el ser del cosmos?), mientras que el Big Bang ofrece una explicación físico-inmanente (¿cómo evoluciona el cosmos desde sus primeros instantes?). Esta diferencia de planos hace que no se contradigan directamente, pero sí que cada enfoque tenga límites que el otro puede llenar o, según otros, que no deban mezclarse. Los puntos de tensión surgen al intentar articularlos: la pregunta de si el Big Bang necesita una causa primera lleva a debates sobre la autosuficiencia del universo, la naturaleza de las leyes físicas y la validez universal del principio de causalidad. Vimos que defensores del Kalam sostienen que la ciencia, al señalar un inicio, clama por una causa trascendente, mientras detractores replican que introducir a Dios no es una explicación científica sino una opción filosófica personal. Igualmente, la teología contemporánea suele abrazar el Big Bang como congruente con la doctrina de la creación, pero advierte que la fe y la ciencia operan en niveles distintos de discurso, debiendo evitarse confusiones categoriales (ni convertir la cosmología en teología ni viceversa).
En términos de valor epistemológico, reconocimos que el Big Bang proporciona un conocimiento objetivo, cuantitativo y verificado sobre el desarrollo del universo, aunque deja sin responder el porqué último de su existencia; el Kalam, por su parte, ofrece una respuesta racional al porqué último postulando un Creador, lo que da coherencia metafísica a la noción de un origen absoluto, si bien ese conocimiento es de orden filosófico y no susceptible de prueba empírica directa. Ambos enfoques, correctamente entendidos, pueden verse como complementarios: la cosmología nos informa del comienzo físico del universo, la filosofía y teología reflexionan sobre el principio causal y significado de ese comienzo. No pocas voces académicas –inspiradas en pensadores como Tomás de Aquino o en científicos creyentes como Lemaître– sostienen que verdad científica y verdad teológica no se oponen, sino que cada una ilumina aspectos distintos de la verdad total. Desde esta óptica integradora, el Big Bang describe cómo Dios pudo haber creado el universo, sin que ello demuestre ni refute a Dios, mientras que el Kalam argumenta por qué debe existir un Creador dado que hubo un Big Bang, sin que ello interfiera en la explicación científica.
Por otro lado, desde posturas filosóficas naturalistas, se prefiere mantener separados los discursos: el Big Bang sería simplemente un evento inicial inexplicado (una contingencia última), y cualquier intento de explicarlo con Dios se considera un salto fuera de la metodología científica. Este desacuerdo muestra que el diálogo entre Kalam y Big Bang depende en gran medida de supuestos filosóficos previos. La cuestión de fondo –el origen del universo– es simultáneamente científica, filosófica y teológica, y ninguna de estas perspectivas por sí sola agota el misterio. En el ámbito universitario, esta realización ha dado pie a enriquecedores debates y estudios interdisciplinarios, donde el objetivo no es que una disciplina subyugue a la otra, sino que de la confrontación respetuosa surja una comprensión más profunda. Al final, el origen del universo sigue siendo una pregunta asombrosa que impulsa la colaboración entre cosmólogos, filósofos y teólogos.
En conclusión, el argumento cosmológico Kalam y la teoría del Big Bang, cada cual con sus métodos y lenguajes, convergen en señalar un universo con comienzo pero divergen en la interpretación de su causa. Juntos plantean un escenario donde la razón humana explora tanto el cómo ocurrió el inicio de todo (a la luz de la ciencia) como el porqué ocurrió y qué implica (a la luz de la filosofía y la teología). Este doble enfoque enriquece nuestra búsqueda de la verdad: nos recuerda que comprender nuestros orígenes requiere atender tanto a las evidencias del mundo como a las luces de la razón metafísica, integrando conocimiento empírico y reflexión trascendental. La exploración académica de estas cuestiones continuará, impulsada por el mismo anhelo que movía a los pensadores antiguos y a los científicos modernos: el deseo de entender el origen de todo lo que existe y nuestro lugar en el gran drama del cosmos.
Referencias bibliográficas
- Craig, William L. The Kalām Cosmological Argument. London: Macmillan, 1979. (Obra seminal que revive el argumento Kalam en la filosofía contemporánea).
- Hawking, Stephen & Mlodinow, Leonard. The Grand Design. Bantam Books, 2010. (Propone un modelo de "creación espontánea" del universo desde leyes físicas, discutiendo la innecesariedad de un creador).
- Vilenkin, Alexander. Many Worlds in One: The Search for Other Universes. Hill and Wang, 2006. (Explora la idea de un multiverso y argumenta que incluso este debe tener un comienzo).
- Smith, Quentin. “The Uncaused Beginning of the Universe.” Philosophy of Science, vol. 55, no. 1, 1988, pp. 39-57. (Defiende que el universo pudo comenzar sin causa, formulando un contra-argumento al Kalam).
- Barrow, John D., et al. The Universe Beginning and End of Time. Cambridge University Press, 2018. (Colección de ensayos interdisciplinarios sobre el origen y fin del universo, desde perspectivas científicas y filosóficas).
- El Big Bang y la Creación. Grupo Ciencia, Razón y Fe (CRYF). Universidad de Navarra. https://www.unav.edu/web/ciencia-razon-y-fe/el-big-bang-y-la-creacion
- https://arxiv.org/pdf/2302.11022