Introducción
En un mundo donde los valores morales parecen diluirse cada vez más, la ley de Dios se presenta como una brújula moral y espiritual imprescindible para quienes deseamos vivir en armonía con la voluntad divina. Desde la cosmovisión adventista del séptimo día, la ley no es una carga legalista, sino una expresión viva del carácter de Dios, reflejo de Su amor, justicia y santidad. En este breve artículo, exploraremos la naturaleza, función, propósito y aplicación contemporánea de la ley divina, según el marco teológico adventista, apoyados por fuentes académicas y bíblicas confiables.
¿Qué es la ley de Dios? Una definición desde la revelación divina
La ley de Dios, también conocida como la ley moral o el Decálogo, es un conjunto de mandamientos revelados en Éxodo 20 y Deuteronomio 5, cuya autoridad es permanente y universal. Está compuesta por diez principios eternos que expresan la voluntad de Dios en relación con nuestra conducta hacia Él y hacia nuestro prójimo.
En palabras del teólogo adventista Ángel Manuel Rodríguez (2006), “la ley es la transcripción escrita del carácter de Dios; un espejo perfecto de su justicia y amor”. Esta comprensión es fundamental para evitar caer en interpretaciones antinomianas o meramente legalistas.
La ley como reflejo del carácter de Dios
Desde la perspectiva adventista, la ley de Dios es mucho más que una lista de reglas: Es una manifestación del carácter inmutable de Dios. Así como Él es santo, justo y bueno (Romanos 7:12), Su ley también lo es.
Cada mandamiento refleja un atributo divino. Por ejemplo:
- El primer mandamiento proclama la soberanía de Dios.
- El cuarto mandamiento resalta su rol como Creador.
- El sexto y séptimo promueven el respeto por la vida y la fidelidad.
Este enfoque está respaldado por autores como Richard Davidson, quien en su obra publicada en Andrews University Seminary Studies afirma que “la ley moral es una expresión de la naturaleza misma de Dios, por tanto, eterna e inmutable” (Davidson, 2015).
La ley antes del Sinaí: ¿Es eterna?
Contrario a la creencia popular, la ley de Dios no fue dada por primera vez en el Sinaí. La evidencia bíblica indica que principios de la ley ya existían desde la creación. El pecado de Caín (Génesis 4), el juicio sobre el mundo antediluviano (Génesis 6-7), y el castigo a Sodoma y Gomorra (Génesis 19) reflejan que había un conocimiento del bien y del mal basado en normas divinas.
Ellen G. White confirma esta perspectiva al declarar: “La ley de Dios existía antes que el hombre fuese creado. Fue adaptada a la condición de los seres santos; incluso los ángeles eran gobernados por ella” (White, 1890, Patriarcas y Profetas, p. 32).
Cristo y la ley: Cumplimiento, no abolición
Uno de los textos más citados para entender la relación entre Jesús y la ley es Mateo 5:17: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir”.
Desde la teología adventista, “cumplir” no significa eliminar, sino vivir y encarnar la ley en su máxima expresión. Jesús obedeció perfectamente la ley, y enseñó a Sus discípulos a hacer lo mismo (Juan 15:10; Mateo 19:17).
El teólogo adventista Ekkehardt Mueller señala: “Jesús no solo ratificó la ley moral, sino que la explicó y profundizó en el Sermón del Monte, revelando su verdadera intención espiritual” (Mueller, 2018, Journal of the Adventist Theological Society).
La función de la ley en la vida cristiana
1. Revelar el pecado
Romanos 3:20 dice: “Por medio de la ley es el conocimiento del pecado”. La ley actúa como un espejo que nos muestra nuestra condición espiritual. No es el remedio, sino el diagnóstico.
2. Guiarnos a Cristo
Gálatas 3:24 declara que “la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo”. Nos conduce al Salvador al hacernos conscientes de nuestra necesidad de redención.
3. Normar la conducta cristiana
La ley es una guía para una vida santa. Salmo 119:105 expresa: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”. Vivir conforme a la ley no es legalismo, es vivir en libertad (Santiago 2:12).
La ley y la gracia: ¿Opuestas o complementarias?
Uno de los errores más comunes en la teología contemporánea es oponer la ley a la gracia. Sin embargo, desde la visión adventista, ambas son complementarias.
- La gracia salva (Efesios 2:8).
- La ley señala el pecado (Romanos 7:7).
- La fe no anula la ley, sino que la establece (Romanos 3:31).
La gracia no nos libera para pecar, sino del poder del pecado. Nos capacita para obedecer por amor y no por obligación. En palabras de Ellen White: “La obediencia —el servicio y la lealtad de amor— es el verdadero signo del discipulado” (White, 1898, El Deseado de Todas las Gentes, p. 629).
El sábado: El sello de la ley divina
Dentro del Decálogo, el cuarto mandamiento sobre el sábado destaca por su profundidad teológica. No solo señala a Dios como Creador, sino que es una señal perpetua entre Él y su pueblo (Ezequiel 20:12).
Guardar el sábado es un acto de adoración, fidelidad y reconocimiento de la autoridad divina. Representa una protesta contra el materialismo y una afirmación de nuestra identidad como hijos de Dios.
Según Roy Gane, “el sábado es un elemento teológico clave para entender la relación entre ley, gracia y redención” (Gane, 2004, Andrews University Seminary Studies).
La ley en el juicio final
La Biblia declara que seremos juzgados por la ley de libertad (Santiago 2:12). En el juicio investigativo, según Daniel 7:10 y Apocalipsis 20:12, los libros serán abiertos y la norma será la ley de Dios.
Esto otorga a la ley una importancia escatológica crucial. La fidelidad a la ley, no como medio de salvación, sino como fruto de la fe, será uno de los temas centrales del conflicto final entre el bien y el mal.
La ley y el remanente fiel
Apocalipsis 14:12 describe al remanente como aquellos que “guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe de Jesús”. Esta combinación sintetiza la esencia de la vida cristiana: obediencia por fe.
En tiempos de relativismo moral y de apostasía doctrinal, el pueblo de Dios será identificado por su lealtad inquebrantable a la ley divina, en medio de una sociedad que busca redefinir el bien y el mal.
Implicaciones prácticas: Vivir la ley con poder espiritual
1. Obediencia motivada por amor
No obedecemos para ser salvos, sino porque hemos sido salvos. Juan 14:15 es claro: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”.
2. Dependencia del Espíritu Santo
Solo el Espíritu Santo puede escribir la ley en nuestro corazón (Hebreos 10:16). No se trata de fuerza humana, sino de una transformación sobrenatural.
3. Testimonio al mundo
Un pueblo obediente es una luz para las naciones. Mateo 5:16 nos llama a que nuestras obras glorifiquen al Padre. La ley no solo se predica, se vive.
Conclusión
La ley de Dios no ha sido abolida, ni es opcional, ni es una herencia exclusiva del judaísmo antiguo. Es un principio eterno, expresión de la justicia y el amor divinos. Vivir conforme a ella es vivir en armonía con el Reino de los cielos.
Como adventistas del séptimo día, creemos firmemente que la restauración del respeto a la ley divina será uno de los grandes mensajes de los últimos días. No es una cuestión de legalismo, sino de lealtad, de amor y de adoración verdadera.
Referencias bibliográficas
- Davidson, R. M. (2015). The Decalogue in the Old Testament: A Reflection of God’s Character and Moral Order. Andrews University Seminary Studies, 53(2), 235-260.
- Gane, R. (2004). Sabbath and Sanctification: The Biblical-Theological Roots of the Seventh-day Adventist Understanding. Andrews University Seminary Studies, 42(1), 5–22.
- Mueller, E. (2018). Jesus and the Law: A Christ-Centered Hermeneutical Approach. Journal of the Adventist Theological Society, 29(2), 78–95.
- Rodríguez, Á. M. (2006). La ley de Dios: Su naturaleza y propósito en la historia de la redención. Review and Herald.
- White, E. G. (1890). Patriarcas y profetas. Asociación Casa Editora Sudamericana.
- White, E. G. (1898). El Deseado de Todas las Gentes. Asociación Casa Editora Sudamericana.