1.- Lección: El valor real de las promesas de Dios no puede disminuir para el creyente
por ninguna providencia contraria que le sobrevenga.
2.- Texto: Gén 26:5 “Oyó Abraham mi voz, y
guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes.[1]
La obediencia de
Abraham a la orden divina fue la evidencia de esa fe por la cual, como pecador,
fue justificado ante Dios, y el efecto de ese amor por el cual obra la fe
verdadera. Dios testifica que él aprobó esta obediencia para animar a otros,
especialmente a Isaac.[2]
I.- Dios
puso a prueba a Isaac en su providencia. Había hambre en la tierra (v.
1). ¿Qué pensará de la
promesa, si la tierra prometida no le da pan? Sí, Isaac se mantendrá adherido
al pacto. Nótese que el valor intrínseco de las promesas de Dios no puede
quedar menguado a los ojos de un creyente por un revés de la providencia.
II.- Dios
le dirigió por medio de su palabra en medio de la prueba. Isaac debía ir en busca de provisiones.
Así que marchó a Egipto, adonde su padre había ido en una ocasión similar, pero
se detuvo primeramente en Gerar. 1. Entonces Dios le dijo que se quedase allí y
no descendiera a Egipto (vv. 2–3). Hubo hambre en los días de Jacob, y Dios le
dijo que bajase a Egipto (46:34); hubo hambre en los días de Isaac, y
Dios le dijo que no bajase a Egipto (26:2); hubo hambre en los días de
Abraham, y Dios le dejó en libertad para que hiciese lo que mejor le pareciera
(12:10). Esta variedad de procedimientos por parte de Dios encuentra cierta
base en los distintos caracteres de estos tres patriarcas. Abraham era un
hombre de grandes alcances y de íntima comunión con Dios así que para él todos
los lugares y condiciones eran similares. Isaac era buena persona, pero no
estaba hecho a grandes dificultades; por tanto, se le prohíbe ir a Egipto.
Jacob estaba avezado a las dificultades; era fuerte y paciente; por ello, era
necesario que fuese a Egipto. De esta manera, Dios proporciona a sus hijos las
pruebas de acuerdo a sus respectivas fuerzas. «Abraham oyó mi voz (v.
5); haz tú lo mismo, y la promesa te será asegurada.» Aquí es alabada la
obediencia de Abraham en honor suyo, porque por ella adquirió buen testimonio
ante Dios y ante los hombres.[3]
Elena
de White comenta al respecto: “Su propio ejemplo [de Abrahán], la silenciosa
influencia de su vida cotidiana, era una constante lección. La integridad
inalterable, la benevolencia y la desinteresada cortesía, que le habían granjeado
la admiración de los reyes, se manifestaban en el hogar. Había en esa vida una
fragancia, una nobleza y una dulzura de carácter que revelaban a todos que
Abrahán estaba en relación con el Cielo. No descuidaba siquiera al más humilde
de sus siervos. En su casa no había una ley para el amo, y otra para el siervo;
no había un camino real para el rico, y otro para el pobre. Todos eran tratados
con justicia y simpatía, como coherederos de la gracia de la vida”.[4]
3.- Aplicación:
La auténtica fe
en las promesas de Dios produce un valeroso andar con él; pero retraerse por
temor pone en peligro la bendición y hace burla de la fe.
La obediencia de
un hombre trajo bendición a sus descendientes. Abraham aprendió que la
verdadera fe obedece la palabra de Dios.[5]
Elena de White señala
que: “Los que
procuran disminuir los requerimientos de la santa ley de Dios están socavando
directamente el fundamento del gobierno de familias y naciones”.[6]
Pr. Wilbert Maluquish
Agosto, 2015
[1]Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades
Bı́blicas Unidas, 1998), Gn 26.5.
[2]Matthew Henry, Comentario De La Biblia Matthew Henry
En Un Tomo. (Miami: Editorial Unilit, 2003), 46.
[3]Matthew Henry and Francisco Lacueva, Comentario
Bı́blico De Matthew Henry (08224 TERRASSA (Barcelona): Editorial CLIE,
1999), 52.
[4]Elena de White, Reflejemos a Jesús, 186.
[5]John F. Walvoord and Roy B. Zuck, El Conocimiento
Bíblico, Un Comentario Expositivo: Antiguo Testamento, Tomo 1:
Génesis-Números (Puebla, México: Ediciones Las Américas, A.C., 1996),
80.
[6]White, Reflejemos
a Jesús, 186.