viernes, 7 de agosto de 2015

ABRAHÁN OBEDECIÓ LA VOZ DE DIOS

1.- Lección: El valor real de las promesas de Dios no puede disminuir para el creyente por ninguna providencia contraria que le sobrevenga.
2.- Texto: Gén 26:5 Oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes.[1]

La obediencia de Abraham a la orden divina fue la evidencia de esa fe por la cual, como pecador, fue justificado ante Dios, y el efecto de ese amor por el cual obra la fe verdadera. Dios testifica que él aprobó esta obediencia para animar a otros, especialmente a Isaac.[2]
I.-        Dios puso a prueba a Isaac en su providencia. Había hambre en la tierra (v. 1). ¿Qué pensará de la promesa, si la tierra prometida no le da pan? Sí, Isaac se mantendrá adherido al pacto. Nótese que el valor intrínseco de las promesas de Dios no puede quedar menguado a los ojos de un creyente por un revés de la providencia.

II.-       Dios le dirigió por medio de su palabra en medio de la prueba. Isaac debía ir en busca de provisiones. Así que marchó a Egipto, adonde su padre había ido en una ocasión similar, pero se detuvo primeramente en Gerar. 1. Entonces Dios le dijo que se quedase allí y no descendiera a Egipto (vv. 2–3). Hubo hambre en los días de Jacob, y Dios le dijo que bajase a Egipto (46:34); hubo hambre en los días de Isaac, y Dios le dijo que no bajase a Egipto (26:2); hubo hambre en los días de Abraham, y Dios le dejó en libertad para que hiciese lo que mejor le pareciera (12:10). Esta variedad de procedimientos por parte de Dios encuentra cierta base en los distintos caracteres de estos tres patriarcas. Abraham era un hombre de grandes alcances y de íntima comunión con Dios así que para él todos los lugares y condiciones eran similares. Isaac era buena persona, pero no estaba hecho a grandes dificultades; por tanto, se le prohíbe ir a Egipto. Jacob estaba avezado a las dificultades; era fuerte y paciente; por ello, era necesario que fuese a Egipto. De esta manera, Dios proporciona a sus hijos las pruebas de acuerdo a sus respectivas fuerzas. «Abraham oyó mi voz (v. 5); haz tú lo mismo, y la promesa te será asegurada.» Aquí es alabada la obediencia de Abraham en honor suyo, porque por ella adquirió buen testimonio ante Dios y ante los hombres.[3]

Elena de White comenta al respecto: “Su propio ejemplo [de Abrahán], la silenciosa influencia de su vida cotidiana, era una constante lección. La integridad inalterable, la benevolencia y la desinteresada cortesía, que le habían granjeado la admiración de los reyes, se manifestaban en el hogar. Había en esa vida una fragancia, una nobleza y una dulzura de carácter que revelaban a todos que Abrahán estaba en relación con el Cielo. No descuidaba siquiera al más humilde de sus siervos. En su casa no había una ley para el amo, y otra para el siervo; no había un camino real para el rico, y otro para el pobre. Todos eran tratados con justicia y simpatía, como coherederos de la gracia de la vida”.[4]

3.- Aplicación:
La auténtica fe en las promesas de Dios produce un valeroso andar con él; pero retraerse por temor pone en peligro la bendición y hace burla de la fe.
La obediencia de un hombre trajo bendición a sus descendientes. Abraham aprendió que la verdadera fe obedece la palabra de Dios.[5]
Elena de White señala que: Los que procuran disminuir los requerimientos de la santa ley de Dios están socavando directamente el fundamento del gobierno de familias y naciones”.[6]

Pr. Wilbert Maluquish
Agosto, 2015





[1]Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Gn 26.5.
[2]Matthew Henry, Comentario De La Biblia Matthew Henry En Un Tomo. (Miami: Editorial Unilit, 2003), 46.
[3]Matthew Henry and Francisco Lacueva, Comentario Bı́blico De Matthew Henry (08224 TERRASSA (Barcelona): Editorial CLIE, 1999), 52.
[4]Elena de White, Reflejemos a Jesús, 186.
[5]John F. Walvoord and Roy B. Zuck, El Conocimiento Bíblico, Un Comentario Expositivo: Antiguo Testamento, Tomo 1: Génesis-Números (Puebla, México: Ediciones Las Américas, A.C., 1996), 80.
[6]White, Reflejemos a Jesús, 186.

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