sábado, 8 de agosto de 2015

LA PRIMOGENITURA CANJEADA

1.- Lección: Nuestras acciones tienen sus consecuencias.
2.- Texto: Gén 27:17-23 18Entonces éste fue a su padre y dijo: Padre mío. E Isaac respondió: Heme aquí; ¿quién eres, hijo mío? 19Y Jacob dijo a su padre: Yo soy Esaú tu primogénito; he hecho como me dijiste: levántate ahora, y siéntate, y come de mi caza, para que me bendigas. 20Entonces Isaac dijo a su hijo: ¿Cómo es que la hallaste tan pronto, hijo mío? Y él respondió: Porque Jehová tu Dios hizo que la encontrase delante de mí... [1]

Con cierta dificultad, Jacob se salió con la suya y obtuvo la bendición.
I.-        El arte y el aplomo con que ejecutó Jacob la intriga. ¿Quién podía imaginarse que este hombre sencillo pudiese jugar su papel tan astutamente en un plan de esta naturaleza? Nótese lo pronto que se aprende a mentir. Me asombra el que el honesto Jacob pudiese dirigir su lengua tan fácilmente para decir (v. 19): Yo soy Esaú tu primogénito. Y, ¿cómo pudo decir: He hecho como me dijiste, cuando no había recibido ningún encargo de su padre, sino que estaba haciendo lo que le había pedido su madre? ¿Cómo pudo decir: Come de mi caza, cuando sabía que no había venido del campo, sino del corral? Pero especialmente me asombra el que se atreviera a atribuírsela a Dios, y a usar el nombre de Jehová para cubrir la impostura: Jehová tu Dios hizo que la encontrase delante de mí (v. 20). ¿Es éste Jacob? ¿Es éste aquel Israel, de cierto, sin dolor? Verdaderamente, esto ha sido escrito, no para nuestra imitación, sino para nuestra amonestación.
II.-       El éxito de esta estratagema. Jacob consiguió, con alguna dificultad, su objetivo y obtuvo la bendición.
1. Isaac no se convenció al principio, y hubiese descubierto el fraude, si hubiese dado más crédito a sus oídos, porque la voz era la voz de Jacob (v. 22). Su voz era la voz de Jacob, pero sus manos eran las de Esaú. Habla el lenguaje de un santo, pero hace las obras de un pecador; pero el juicio será, como aquí, por las manos.
2. Al final se rindió al poder del engaño, porque las manos eran vellosas (v. 23), y no tuvo en cuenta lo fácil que era falsificar esa circunstancia. Y ahora Jacob continúa con toda destreza.
El único pequeño atenuante del pecado de Rebeca y Jacob está en que el fraude no tenía por objeto acelerar el cumplimiento tanto como impedir la frustración, del oráculo divino; la bendición iba precisamente a caer sobre la cabeza errónea y ellos pensaron que era hora de moverse y hacer algo para impedirlo. Veamos ahora cómo dio Isaac su bendición a Jacob (vv. 26–29).
(A) Lo abraza, en señal de especial afecto hacia él.
(B) Lo ensalza: Olió Isaac el olor de sus vestidos y le bendijo, diciendo: Mira, el olor de mi hijo, como el olor del campo que Jehová ha bendecido.
(C) Ora por él y en esa oración, profetiza acerca de él. Con tres cosas es aquí Jacob bendecido: (a) Abundancia (v. 28). (b) Poder (v. 29). (c) Predominio ante Dios e influencia en el Cielo: «Malditos los que te maldijeren, y benditos los que te bendijeren.»[2]

Elena de White comenta al respecto: “Isaac amaba más a Esaú que a Jacob. Y cuando pensó que estaba por morir le pidió a Esaú que le preparara una vianda para bendecirlo luego, antes de morir... Rebeca oyó las palabras de Isaac, y recordó las de Jehová: “El mayor servirá al menor”, y además sabía que Esaú había menospreciado su primogenitura vendiéndosela a Jacob...
Rebeca conocía el favoritismo de Isaac hacia Esaú y estaba convencida de que razonando no lograría cambiar su propósito. En vez de confiar en Dios, el que dispone los hechos, manifestó falta de fe persuadiendo a Jacob que engañara a su padre...
Aunque Esaú hubiera recibido la bendición de su padre, que estaba destinada al primogénito, su prosperidad podría haber venido solamente de Dios, quien lo hubiera bendecido con prosperidad o con adversidad, de acuerdo con su forma de vida. Si amaba y reverenciaba a Dios, como el justo Abel, hubiera sido aceptado y bendecido por Dios. Si, como el impío Caín, no respetaba a Dios y sus mandamientos, sino seguía su propio camino corrupto, no hubiera recibido una bendición sino un rechazo de parte de Dios, como Caín. Si la conducta de Jacob era justa, si amaba y temía a Dios, él lo habría bendecido, y su mano bienhechora habría estado con él, aun cuando no hubiese recibido las bendiciones y los privilegios generalmente reservados para el primogénito”.[3]

3.- Aplicación:
A pesar de que Jacob obtuvo la bendición que quería, pagó un precio demasiado alto por haber engañado a su padre. Estas son algunas de las consecuencias de sus acciones:
(1) nunca más volvió a ver a su madre;
(2) su hermano quiso matarlo;
(3) su propio tío, Labán, lo engaño;
(4) su familia se dividió a causa de la rivalidad;
(5) Esaú llegó a ser fundador de una nación de enemigos;
(6) vivió lejos de su familia durante años. Irónicamente, Jacob hubiera recibido de todos modos la primogenitura y la bendición (Gén. 25:23). ¡Imagínese cuán diferente hubiera sido su vida si él y su madre hubieran permitido que Dios hiciera las cosas a su modo, y en su tiempo![4]
Al respecto Elena de White, señala:
“Jacob y Rebeca triunfaron en su propósito, pero por su engaño no se granjearon más que tristeza y aflicción. Dios había declarado que Jacob debía recibir la primogenitura y si hubiesen esperado con confianza hasta que Dios obrara en su favor, la promesa se habría cumplido a su debido tiempo. Pero, como muchos que hoy profesan ser hijos de Dios, no quisieron dejar el asunto en las manos del Señor. Rebeca se arrepintió amargamente del mal consejo que había dado a su hijo; pues fue la causa de que quedara separada de él y nunca más volviera a ver su rostro”.[5]


Pr. Wilbert Maluquish
Agosto, 2015




[1]Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Gn 27.18-21.
[2]Matthew Henry and Francisco Lacueva, Comentario Bı́blico De Matthew Henry (08224 TERRASSA (Barcelona): Editorial CLIE, 1999), 53.
[3]Elena de White, The Story of Redemption, 88, 89.
[4]Biblia Del Diario Vivir, electronic ed. (Nashville: Editorial Caribe, 2000, c1996), Gn 27.24.
[5]White, Historia de los Patriarcas y Profetas, 179.

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