1.- Lección: La presencia de Dios con nosotros hace que prospere todo lo que hacemos.
2.- Texto: Gén 39:2,3 “2Mas Jehová estaba con José,a y fue varón próspero...
3Y vio su amo que Jehová estaba con él, y que todo lo que él hacía,
Jehová lo hacía prosperar en su mano”.[1]
Potifar lo había
comprado de los ismaelitas, como se repite en el ver. 1 con el propósito de
reasumir el hilo de la narración; y Yahvé estaba con él, así que prosperó en la
casa de su señor egipcio. Cuando Potifar percibió esto, José halló gracia en
sus ojos, y llegó a ser su siervo, en quien puso toda su casa (lo hizo el
mayordomo de todos los asuntos de su casa), y a quien confió toda su propiedad.[2]
I.- José
fue vendido a un oficial de Faraón, en cuya casa tuvo oportunidad de conocer a personas prominentes y
enterarse de negocios importantes del país, con lo cual iba siendo capacitado
para el alto puesto que después había de ocupar. Cuando Dios destina a una
persona para algún servicio, también se cuida de equiparla para él, de un modo
u otro.[3]
II.- José
es bendecido maravillosamente. En casa de Potifar a José le sucedió como en la suya propia. Porque las
circunstancias, tanto adversas como favorables, no pueden alterar nuestros
caracteres. El que es fiel en lo poco también será fiel en lo mucho; y el que
no sabe cómo utilizar lo que le ha sido confiado, incluso lo que tiene le será
arrebatado.[4]
1. Dios le prosperó (vv.
2–3). Dos factores, el
uno humano, el otro divino, se unen para proveer a José el ambiente y las
circunstancias necesarias para su sobrevivencia y bienestar en Egipto. El
primero, un alto funcionario del faraón lo adquiere como esclavo y lo asigna a
su propia casa reconociendo la capacidad de José. Este hecho provee a José de
casa y de oportunidades para desarrollar sus actividades y nuevamente su
condición de preeminencia. En esta nueva circunstancia José pone de sí todo su
empeño, diligencia y buena voluntad. Su trabajo prospera y él cumple con sus
responsabilidades de una manera excelente. Lo segundo, es la presencia
constante, visible y fructífera de Jehovah con José. Este factor será la clave
de todo el desarrollo de la historia de José. Esta presencia de Jehovah es, en
primer lugar, fruto del propósito divino de Dios para con José.[5]
2. Su amo comenzó a
ascenderle, hasta hacerle mayordomo de su casa (v. 4).
La presencia de Dios en José se traduce en dos resultados concretos:
Primero, Potifar reconoce la relación especial de José con Dios. Obviamente
esta relación, como la de Daniel (Dan. 6:10) no es secreta, sino visible y
abierta. Segundo, la presencia de Dios en José causa bendición a Potifar. El
éxito de la prosperidad de Potifar es el resultado de la bendición de Dios.
Aquí vemos dos cosas: el cumplimiento de la promesa patriarcal de ser de
bendición a todas las familias. Además, la humildad de José, quien seguramente
ante preguntas o alabanzas por su trabajo, atribuye todo a Dios. La presencia
de Jehová en José que le daba éxito en sus tareas y el reconocimiento de ello
por parte de Potifar, resultan finalmente en el nombramiento de José como
administrador de la casa y los recursos materiales del egipcio. En la
antigüedad asignaban responsabilidades importantes a los esclavos que
demostraban lealtad, conocimientos y habilidades especiales. Dos áreas
importantes quedaban fuera de la autoridad de José: Por razones rituales y
ceremoniales él no podía encargarse del alimento del capitán (43:32), y la
esposa del egipcio, la que ha de ser causa de tragedia a José.[6]
Es señal de sabiduría por parte de los que ocupan algún puesto de autoridad
el poner los ojos en las personas fieles y favorecidas con una presencia
especial de Dios y darles el empleo conveniente (Sal. 101:6). Potifar sabía lo
que hacía al poner todo en manos de José. [7]
3. Dios favoreció a su amo
por causa de él (v. 5): Bendijo
la casa del egipcio, a pesar de ser un extraño al pueblo de Israel y ajeno
al verdadero Dios, a causa de José. Los buenos son una fuente de
bendición para los lugares donde viven.[8]
Elena de White comenta al respecto: Al llegar a Egipto, José
fue vendido a Potifar, jefe de la guardia real, a cuyo servicio permaneció
durante diez años. Allí estuvo expuesto a tentaciones extraordinarias. Estaba
en medio de la idolatría. La adoración de dioses falsos estaba rodeada de toda
la pompa de la realeza, sostenida por la riqueza y la cultura de la nación más
altamente civilizada de aquel entonces. No obstante, José conservó su sencillez
y fidelidad a Dios. Las escenas y la seducción del vicio le circundaban por
todas partes, pero él permaneció como quien no veía ni oía. El deseo de ganarse
el favor de los egipcios no pudo inducirle a ocultar sus principios.
La notable prosperidad que acompañaba a todo lo que se
encargara a José no era resultado de un milagro directo, sino que su industria,
su interés y su energía fueron coronados con la bendición divina. José atribuyó
su éxito al favor de Dios, y hasta su amo idólatra aceptó eso como el secreto
de su sin igual prosperidad. Sin embargo, sin sus esfuerzos constantes y bien
dirigidos, nunca habría podido alcanzar tal éxito. Dios fue glorificado por la
fidelidad de su siervo.
La dulzura y la fidelidad de José cautivaron el corazón del
jefe de la guardia real, que llegó a considerarlo más como un hijo que como un
esclavo. El joven entró en contacto con hombres de alta posición y de
sabiduría, y adquirió conocimientos de las ciencias, los idiomas y los
negocios; educación necesaria para quien sería más tarde primer ministro de
Egipto.[9]
3.- Aplicación:
Nuestros enemigos
pueden despojarnos de las distinciones y adornos externos pero la sabiduría y
la gracia no nos pueden ser quitadas. Ellos pueden separarnos de los amigos,
los parientes y de la patria pero no pueden apartarnos de la presencia del
Señor. Pueden aislarnos de las bendiciones externas, robarnos la libertad y
confinarnos en calabozos, pero no pueden impedirnos la comunión con Dios, del
trono de la gracia, o arrebatarnos las bendiciones de la salvación.
José fue bendecido,
maravillosamente bendecido, aun en la casa donde era esclavo. La presencia de
Dios con nosotros hace que prospere todo lo que hacemos. Los hombres buenos son
bendición en el lugar donde viven; los buenos siervos pueden serlo aunque sean
mal y poco estimados. La prosperidad del impío es, de una u otra manera, a
causa del piadoso. Aquí una familia mala fue bendecida por amor del buen siervo
de ella.[10]
Elena de White nos recuerda: “Dios puede hacer del más
humilde de los seguidores de Cristo algo más preciado que el oro fino, aunque
el oro de Ofir, si se rinde por completo para ser moldeado por su mano
transformadora. Ellos deberían estar determinados a utilizar de la manera más
noble cada facultad y cada oportunidad. La Palabra de Dios debiera ser su
objeto de estudio y su guía a fin de decidir qué es lo mejor en todos los casos.
... En muchos casos, Dios puede hacer poco en favor de hombres y mujeres
educados, pues no sienten la necesidad de aprender de él que es la fuente de la
sabiduría. Si confía en su propia fortaleza y sabiduría, seguramente fracasará.
Dios reclama una consagración íntegra y completa. No aceptará nada menos que
esto. Cuanto más difícil sea su posición, más necesitará de Jesús. (Cristo
Triunfante, 96)
Pr. Wilbert Maluquish
Agosto, 2015
[1]Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades
Bı́blicas Unidas, 1998), Gn 39.2-4.
[2]Carl Friedrich Keil and Franz Delitzsch, Comentario
Al Texto Hebreo Del Antiguo Testamento (Viladecavalls (Barcelona), España:
Editorial CLIE, 2008), 149.
[3]Matthew Henry and Francisco Lacueva, Comentario
Bı́blico De Matthew Henry (08224 TERRASSA (Barcelona): Editorial CLIE,
1999), 64.
[4]Alfred Edersheim, Comentario Bíblico Histórico,
trans. George Peter Grayling and Xavier Vila (VILADECAVALLS (Barcelona)
ESPAÑA: Editorial CLIE, 2009), 85.
[5]Daniel
Carro, José Tomás Poe, Rubén O. Zorzoli and Tex.) Editorial Mundo
Hispano (El Paso, Comentario Bı́blico Mundo Hispano Genesis, 1. ed. (El
Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 1993-<1997), 211.
[9]Elena de White,
Historia de los Patriarcas y Profetas, 215, 216.
[10]Matthew Henry, Comentario De La Biblia Matthew Henry
En Un Tomo. (Miami: Editorial Unilit, 2003), 58.