“En todo os he enseñado que,
trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del
Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.” Hechos 20:35
Dar libremente sin ser forzado. Indica
que el dador adopta el carácter de Cristo, cuya naturaleza es dar. Jesús no
dijo que sería más natural o más fácil dar que recibir, sino que sería más
bienaventurado.
En un día frío, lluvioso y gris, una anciana estaba
junto a su coche parado a un lado de la carretera. Alberto vio que necesitaba
ayuda, y paró su coche delante del de ella. La anciana se sobresaltó: Alberto
parecía un hombre pobre y hambriento. ¿Vendría a robarle? Sabiéndolo, él se
adelantó a decirle:
–Aquí vengo
para ayudarla, señora. Entre en su vehículo que estará protegida de la lluvia.
Me llamo Alberto.
Sólo se
trataba de un neumático pinchado. Alberto procedió a cambiarlo. Estaba
apretando las últimas tuercas, cuando la señora bajó la ventana y comenzó a
hablar con él. Le contó de dónde venía; que tan sólo estaba de paso por allí, y
que no sabía cómo agradecérselo. Alberto sonreía mientras cerraba el coche
guardando las herramientas. La anciana le preguntó cuánto le debía, pues
cualquier suma sería correcta dadas las circunstancias, ya que pensaba las
cosas terribles que le hubiese pasado de no haber contado con la gentileza de
Alberto. Él le dijo que simplemente le había ayudado, que no quería nada a
cambio. Como ella insistía en recompensarle, Alberto le dijo que si quería
pagarle, la mejor forma de hacerlo sería que la próxima vez que viera a alguien
en necesidad, y estuviera a su alcance el poder asistirla, lo hiciera de manera
desinteresada, y entonces “tan solo piense en mí”, agregó despidiéndose.
Unos
kilómetros más adelante la señora paró en una pequeña cafetería de carretera
para entrar en calor. Se trataba de un pequeño lugar un poco desvencijado. Una
amable y sonriente camarera se le acercó y le extendió una toalla de papel para
que se secara el cabello, mojado por la lluvia. La anciana observó que la
camarera estaba embarazada de unos ocho meses. Por su aspecto, no debía de
cobrar un salario muy digno. Pensó en cómo gente que tiene tan poco pueda ser
tan generosa con los extraños. Entonces se acordó de Alberto...
Después de
terminar su café caliente y su comida, le alcanzó a la camarera el precio de la
cuenta con un billete de cien euros. Cuando la muchacha regresó con el cambio
constató que la señora se había ido. Pretendió alcanzarla, pero al correr hacia
la puerta vio en la mesa algo escrito en una servilleta de papel al lado de
cuatro billetes de cien euros. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando leyó
la nota: “No me debes nada, yo estuve una vez donde tú estás. Alguien me ayudo
como ahora te estoy ayudando a ti. Si quieres pagarme, esto es lo que puedes
hacer: No dejes de ayudar a otros como hoy lo hago contigo. Continúa dando tu
alegría y tu sonrisa y no permitas que esta cadena se rompa”.
Esa noche,
ya en su casa, mientras la camarera entraba sigilosamente en su cama, para no
despertar a su agotado esposo que debía levantarse muy temprano, pensó en lo
que la anciana había hecho con ella. ¿Cómo sabría ella las necesidades que
tenían su esposo y él, los problemas económicos que estaban pasando, máxime
ahora con la llegada del bebé? Era consciente de lo preocupado que estaba su
esposo por todo esto. Acercándose suavemente hacia él, para no despertarlo,
mientras lo besaba tiernamente, le susurró al oído: “Todo irá bien, Alberto”
Pr. Wilbert Maluquish