martes, 24 de diciembre de 2013

AYUDA DESINTERESADA

“En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.” Hechos 20:35
Dar libremente sin ser forzado. Indica que el dador adopta el carácter de Cristo, cuya naturaleza es dar. Jesús no dijo que sería más natural o más fácil dar que recibir, sino que sería más bienaventurado.
En un día frío, lluvioso y gris, una anciana estaba junto a su coche parado a un lado de la carretera. Alberto vio que necesitaba ayuda, y paró su coche delante del de ella. La anciana se sobresaltó: Alberto parecía un hombre pobre y hambriento. ¿Vendría a robarle? Sabiéndolo, él se adelantó a decirle:
–Aquí vengo para ayudarla, señora. Entre en su vehículo que estará protegida de la lluvia. Me llamo Alberto.
Sólo se trataba de un neumático pinchado. Alberto procedió a cambiarlo. Estaba apretando las últimas tuercas, cuando la señora bajó la ventana y comenzó a hablar con él. Le contó de dónde venía; que tan sólo estaba de paso por allí, y que no sabía cómo agradecérselo. Alberto sonreía mientras cerraba el coche guardando las herramientas. La anciana le preguntó cuánto le debía, pues cualquier suma sería correcta dadas las circunstancias, ya que pensaba las cosas terribles que le hubiese pasado de no haber contado con la gentileza de Alberto. Él le dijo que simplemente le había ayudado, que no quería nada a cambio. Como ella insistía en recompensarle, Alberto le dijo que si quería pagarle, la mejor forma de hacerlo sería que la próxima vez que viera a alguien en necesidad, y estuviera a su alcance el poder asistirla, lo hiciera de manera desinteresada, y entonces “tan solo piense en mí”, agregó despidiéndose.
Unos kilómetros más adelante la señora paró en una pequeña cafetería de carretera para entrar en calor. Se trataba de un pequeño lugar un poco desvencijado. Una amable y sonriente camarera se le acercó y le extendió una toalla de papel para que se secara el cabello, mojado por la lluvia. La anciana observó que la camarera estaba embarazada de unos ocho meses. Por su aspecto, no debía de cobrar un salario muy digno. Pensó en cómo gente que tiene tan poco pueda ser tan generosa con los extraños. Entonces se acordó de Alberto...
Después de terminar su café caliente y su comida, le alcanzó a la camarera el precio de la cuenta con un billete de cien euros. Cuando la muchacha regresó con el cambio constató que la señora se había ido. Pretendió alcanzarla, pero al correr hacia la puerta vio en la mesa algo escrito en una servilleta de papel al lado de cuatro billetes de cien euros. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando leyó la nota: “No me debes nada, yo estuve una vez donde tú estás. Alguien me ayudo como ahora te estoy ayudando a ti. Si quieres pagarme, esto es lo que puedes hacer: No dejes de ayudar a otros como hoy lo hago contigo. Continúa dando tu alegría y tu sonrisa y no permitas que esta cadena se rompa”.

Esa noche, ya en su casa, mientras la camarera entraba sigilosamente en su cama, para no despertar a su agotado esposo que debía levantarse muy temprano, pensó en lo que la anciana había hecho con ella. ¿Cómo sabría ella las necesidades que tenían su esposo y él, los problemas económicos que estaban pasando, máxime ahora con la llegada del bebé? Era consciente de lo preocupado que estaba su esposo por todo esto. Acercándose suavemente hacia él, para no despertarlo, mientras lo besaba tiernamente, le susurró al oído: “Todo irá bien, Alberto”
Pr. Wilbert Maluquish

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