1.- Lección: La oración ferviente es la oración eficaz.
2.- Texto: Gén 32:28 28Y el varón le dijo: No se
dirá más tu nombre Jacob,b sino Israel;42
porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.[1]
Un buen rato
antes del alba, estando solo, Jacob desplegó más plenamente sus temores orando
a Dios. Mientras estaba así ocupado, Uno semejante a un hombre luchó con él.
Cuando el Espíritu nos ayuda en nuestras debilidades y casi no hallamos
palabras para expresar nuestros deseos más vastos y fervientes, y queremos
decir más de lo que podemos expresar, entonces, la oración lucha, sin duda, con
Dios.[2]
I.- Cómo
se entabló la lucha entre Jacob y este ángel (v. 24).
Jacob estaba
ahora lleno de preocupación y temor por la entrevista que le esperaba, al día
siguiente, con su hermano, y Dios mismo parece oponerse a que entre en la
tierra de la promesa. Se nos dice por medio del profeta (Os. 12:3,4) que Jacob luchó
con un ser divino. Luchó con el ángel, y prevaleció; lloró y le rogó. La
oración y las lágrimas fueron sus armas.
II.- Cuál
fue el resultado de la lucha.
1. Jacob no
perdió terreno, de tal manera que el ángel no pudo con él (v. 25), pues
el desánimo no había podido sacudir la fe de Jacob ni silenciar su oración. No
fue con una fuerza propia, sino con una fuerza derivada de lo alto, como Jacob
luchó y prevaleció. Nótese que no podemos prevalecer con Dios si nos apoyamos
en nuestras propias fuerzas; sólo es posible con las fuerzas mismas que Dios
nos proporciona. Es su Espíritu el que intercede en nosotros y nos ayuda en
nuestra debilidad (Ro. 8:26).
2. El ángel le
descoyuntó a Jacob el muslo (v. 25). Algunos piensan que Jacob sintió poco o
ningún dolor por ello, lo cual es probable, ya que no le impidió continuar la
lucha (v. 26); si es así, ciertamente era evidencia de un toque divino, que
hirió y curó al mismo tiempo.
3. El ángel, con
admirable condescendencia, le pide a Jacob que le deje marchar, como dijo Dios
a Moisés: Ahora, pues, déjame (Éx. 32:10). De este modo, honró la fe y
la oración de Jacob, a la vez que ponía a prueba su constancia.
4. Jacob persiste
en su santa importunidad: No te dejaré, si no me bendices. No le
satisface el prestigio de una victoria sin el consuelo de una bendición. Al
suplicar esta bendición, confiesa su inferioridad, a pesar de que parecía tener
superioridad en la pelea.
5. El ángel le
impone una especie de condecoración y marca perpetua de honor al cambiarle el
nombre (vv. 27–28): «Tú eres un bravo combatiente» (viene a decirle el ángel),
«un hombre de resolución heroica; ¿Cuál es tu nombre?—Jacob—, dice él, suplantador
(pues eso quiere decir Jacob en hebreo). «Pues bien»—dice el ángel—«tú
te llamarás Israel: príncipe, o luchador, con Dios». Así Jacob es armado
caballero, por decirlo así, en el campo, y recibe un título de honor, que
permanecerá, para alabanza suya, hasta el final de los tiempos. Pero esto no es
todo; al haber tenido poder con Dios, tendrá también poder con los hombres (v.
28).
6. Le despide con
una bendición (v. 29). En lugar de decirle su nombre, le da su bendición, que
es por lo que había luchado. El interés por la bendición del ángel es mejor que
el conocimiento de su nombre. El árbol de vida es mejor que el árbol de
ciencia.
7. Jacob pone al
lugar un nombre nuevo: Peniel, cara de Dios (v. 30). El nombre que le
pone preserva y perpetúa, no el honor de su bravura o de su victoria, sino el
honor de la libre y soberana gracia de Dios: «En este lugar vi a Dios cara a
cara y fue librada mi alma». No dice: «Es mi gloria que salí vencedor»,
sino: «Es misericordia de Dios que escapé con vida».
8. El memorial
que de esto conservó Jacob en sus huesos: Cojeaba de su cadera (v. 31). El
honor y el consuelo que alcanzó con esta lucha fue más que suficiente para
contrarrestar el daño sufrido, aunque fue hasta el sepulcro cojeando. Queda
registrado el detalle de que le salió el sol cuando había pasado Peniel,
porque realmente le amanece el sol al alma que tiene íntima comunión con Dios.
El escritor inspirado menciona una costumbre tradicional entre los
descendientes de Jacob de no comer jamás del tendón, o músculo de ningún
animal, que está en el encaje del muslo (v. 31). Así han preservado el
recuerdo de esta historia.[3]
Elena
de White comenta al respecto: “En la crisis suprema de su vida, Jacob se
apartó para orar. Lo dominaba un solo propósito: buscar la transformación de su
carácter. Pero mientras suplicaba a Dios, un enemigo, según le pareció, puso
sobre él su mano, y toda la noche luchó por su vida. Pero ni aun el peligro de
perder la vida alteró el propósito de su alma. Cuando estaba casi agotada su
fuerza, ejerció el Ángel su poder divino, y a su toque supo Jacob con quién
había luchado. Herido e impotente, cayó sobre el pecho del Salvador, rogando
que lo bendijera. No pudo ser desviado ni interrumpido en su ruego y Cristo
concedió el pedido de esta alma débil y penitente, conforme a su promesa: “¿O
forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo”. Jacob
alegó con espíritu determinado: “No te dejaré, si no me bendices”. Este
espíritu de persistencia fue inspirado por Aquel con quien luchaba el
patriarca. Fue él también quien le dio la victoria y cambió su nombre, Jacob,
por el de Israel, diciendo: “Porque has luchado con Dios y con los hombres, y
has vencido”. Por medio de la entrega del yo y la fe imperturbable, Jacob ganó
aquello por lo cual había luchado en vano con sus propias fuerzas”.
3.- Aplicación:
Fue, pues, una
experiencia en que se envolvió toda la naturaleza de Jacob: física, emocional,
intelectual, y espiritual. Fue una experiencia también que un hombre como
Jacob, que no estaba acostumbrado a la oración, como nosotros lo estamos, no
hubiera podido tener, sin que Dios viniera a él en una forma palpable y
corporal.[5]
Elena de White señala: “Por la entrega de sí mismo y por su
confiada fe, Jacob alcanzó lo que no había podido alcanzar con su propia
fuerza. Así el Señor enseñó a su siervo que sólo el poder y la gracia de Dios
podían darle las bendiciones que anhelaba. Así ocurrirá con los que vivan en
los últimos días. Cuando los peligros los rodeen, y la desesperación se apodere
de su alma, deberán depender únicamente de los méritos de la expiación... Nadie
perecerá jamás mientras haga esto...” (Conflicto y valor, 69)
Pr. Wilbert Maluquish
Agosto, 2015
42 Esto es,
El que lucha con Dios, o Dios lucha.
[1]Reina
Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Gn. 32.28.
[2]Matthew Henry, Comentario De La Biblia Matthew Henry
En Un Tomo. (Miami: Editorial Unilit, 2003), 53.
[3]Matthew Henry and Francisco Lacueva, Comentario
Bı́blico De Matthew Henry (08224 TERRASSA (Barcelona): Editorial CLIE,
1999), 59.
[5]Carroll Gillis, El Antiguo Testamento: Un Comentario
Sobre Su Historia Y Literatura, Tomos I-V (El Paso, TX: Casa Bautista De
Publicaciones, 1991), 1:221.