1.- Lección: ¡Las bendiciones de Dios van más
allá de nuestra imaginación!
2.- Texto: Gén 15:2-6 2Y respondió Abraham: Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin
hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer? 3Dijo
también Abraham: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un
esclavo nacido en mi casa. 4Luego vino a él palabra de Jehová,
diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará.
5Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las
estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia.a 6Y creyó a
Jehová, y le fue contado por justicia.b[1]
La seguridad dada
a Abraham de una numerosa estirpe que descendería de él.
I.- La
queja repetida de Abraham (vv. 1–2). Esto fue lo que dio ocasión para esta promesa. La gran aflicción que
pesaba sobre Abraham era la falta de un hijo. Aunque nunca debemos quejarnos de
Dios, sí que podemos quejarnos a Dios, y para un espíritu fatigado y
cargado es un alivio el abrirse y derramar su pena ante un amigo fiel y
compasivo, como es Dios. La queja de Abraham era cuádruple:
1. Que no tenía prole (v. 3).
2. Que no parecía haber esperanza de tenerla, al insinuar esto en ese: Ando
sin hijo (v. 2), como si dijera: Estoy entrado en años y desciendo ya
solitario por la vertiente que lleva al sepulcro.
3. Que sus siervos ocupaban al presente, y llevaban trazas de ocupar en el
futuro, el lugar de hijos en su casa (vv. 2–4).
4. Que la carencia de prole constituía para él una pena tan grande, que le
quitaba todo el gusto que pudieran proporcionarle sus satisfacciones, como si
dijera: Todo eso no supone nada para mí, si me quedo sin hijo. Con todo,
podemos suponer que Abraham tenía aquí la vista puesta en la simiente prometida
y, de este modo, la importunidad de su deseo tenía mucho de recomendable; todo
eso no suponía nada para él, si no tenía seguridad de estar relacionado con el
Mesías, del cual Dios le había animado ya a mantener la expectación. «Tengo
esto y lo otro, pero ¿de qué me servirá todo ello, si ando sin Cristo?»
II. Benévola respuesta de Dios a su queja.
1. Dios le da promesa explícita de un hijo (v. 4): Ése que ha nacido
en tu casa no te heredará, como temes, sino el que saldrá de tus
entrañas, un hijo tuyo será el que te heredará.
2. Para impresionarle más con esta promesa, le sacó fuera, le mostró las
estrellas, y le dijo: Así será tu descendencia (v. 5).
(a) Tan numerosa; las estrellas parecen ya innumerables a simple vista.
Abraham temía quedarse sin siquiera un hijo.
(b) Tan ilustre, pareciéndose a las estrellas en esplendor. La descendencia
de Abraham según la carne iba a ser como el polvo de la tierra (13:16),
pero su descendencia espiritual iba a ser como las estrellas del cielo,
no sólo numerosa, sino también gloriosa y muy preciosa.
III.- La firme creencia de Abraham en la promesa que
Dios le hacía ahora, y la favorable aceptación que Dios hizo de su fe (v. 6). Véase cómo pondera y engrandece el
Apóstol esta fe de Abraham y la pone como ejemplo relevante (Ro. 4:19–21). Y le
fue contado—por Dios—por justicia; es decir: sobre esta base fue
aceptado por Dios y, como el resto de los patriarcas, por fe alcanzó
testimonio de que era justo (He. 11:4). Esto es enfatizado en el Nuevo
Testamento para probar que somos justificados por la fe sin las obras de la Ley
(Ro. 4:6; Gá. 3:6). Todos los creyentes son justificados como lo fue Abraham, y
fue su fe lo que le fue contado por justicia; no que su fe ocupase el
lugar de la justicia, sino que su fe fue un acto de justicia y le justificó
delante de Dios.[2]
Elena
de White comenta: “El Señor llamó a Abrahán para que fuera un canal de luz y de
bendición y tuviera una influencia creciente, y para que Dios pudiera tener un
pueblo sobre la tierra. Abrahán debía estar en el mundo para reflejar el
carácter de Jesús. Cuando recibió el llamamiento divino, no era una persona de
renombre, tampoco un legislador, ni un conquistador. Era un sencillo pastor que
habitaba en tiendas, pero que empleaba a una gran cantidad de trabajadores para
llevar a cabo su humilde labor. El honor que recibió fue por causa de su
fidelidad a Dios, su estricta integridad y su trato justo”.[3]
3.- Aplicación:
Aun cuando Abraham había demostrado su fe a través de sus
acciones, fue la fe y no las acciones lo que hizo a Abraham justo ante Dios (Romanos
4.1-5). Nosotros también
podemos tener una relación correcta con Dios al confiar en Él plenamente.
Nuestras acciones exteriores —asistir a la iglesia, orar y realizar buenas
obras— no nos harán por sí mismas justos ante Dios. La relación con Dios se
fundamenta en la fe, en la confianza en que Dios es quien dice ser y hace lo
que promete hacer. Las buenas obras son una consecuencia natural de lo
anterior.
Pr. Wilbert Maluquish
Julio, 2015