jueves, 23 de julio de 2015

UNA PRUEBA DE FE

1.- Lección: Fe, oración y acción determinan nuestro porvenir.
2.- Texto: Gén 12:1-3Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. 2Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. 3Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”.[1]

Después del diluvio, una vez más se multiplicaron los habitantes de la tierra, y también aumentó la impiedad.  La idolatría llegó a ser casi universal, y finalmente el Señor dejó que los endurecidos transgresores siguieran sus malos caminos, mientras él eligió a Abraham, del linaje de Sem, y lo convirtió en guardián de su ley para las generaciones futuras. Este llamamiento estaba destinado a probar su fe y obediencia así como a separarle y ponerle aparte para Dios y para servicios especiales.

I.- Un precepto para probarle: Vete de tu tierra (v. 1).

1. Con este precepto fue probado para ver si estaba apegado a su tierra nativa y a sus más queridos amigos, o si estaba dispuesto a dejarlo todo y marcharse con Dios. Su país se había vuelto idólatra, su familia era para él una tentación constante, y no podía continuar con ellos sin peligro de contagio. La gracia divina:
(A) Los afectos naturales deben dejar paso a la gracia divina.
(B) El pecado, y todas las ocasiones de pecado, han de ser abandonados y en particular las malas compañías; debemos abandonar todos los ídolos de iniquidad que hemos instalado en nuestro corazón, desprendiéndonos de buena gana de todo lo que nos sea más querido, cuando no podamos conservarlo sin riesgo de nuestra integridad.
(C) El mundo y todos sus deleites deben ser considerados con una santa indiferencia; ya no debemos tenerlo por nuestro país, o por nuestra casa, por más tiempo, sino como una posada y, por tanto, acostumbrarnos a vivir desligados de él, por encima de él, y fuera de él en nuestro corazón.

2. Con este precepto fue probado para ver si estaba dispuesto a confiar en Dios cuando ya no le viese, pues tenía que dejar su país para ir a una tierra que Dios le había de mostrar. Dios no le dice: “Es una tierra que te daré”, sino “una tierra que te mostraré”. Tiene que seguir a Dios con una fe implícita, a pesar de que no se le da ninguna seguridad especial de que no va a perder nada dejando su tierra para seguir a Dios.

II.- Hay luego una promesa estimulante, o, más bien, una combinación de promesas, muchas y sobremanera grandes y preciosas. Nótese que todos los preceptos de Dios van acompañados de promesas para el que obedece. Si nosotros obedecemos el mandamiento, Dios no dejará de cumplir la promesa. Aquí hay seis promesas:

1.- Haré de ti una nación grande. Cuando Dios le sacó de su pueblo, prometió hacerle cabeza de otro; le arrancó de ser rama de olivo silvestre para hacerle raíz de un buen olivo. Esta promesa fue: (A) Un gran alivio para la carga de Abram, porque no tenía hijos en este momento. Nótese qué bien sabe Dios ajustar sus favores a las necesidades y deseos de sus hijos. El que tiene una venda para cada herida, proveerá primero para la herida más dolorosa. (B) Una gran prueba para su fe, porque Saraí era estéril.
2. Te bendeciré. Deja la casa de tu padre, y yo te daré una bendición paterna.
3. Engrandeceré tu nombre. Al abandonar su patria, dejó allí su nombre. Al no tener hijos, temía quedarse también sin nombre; pero Dios iba a hacerle una gran nación y, por consiguiente, un gran nombre.
4. Serás bendición; esto es: (a) “Tu felicidad será un modelo de felicidad, de suerte que quienes bendigan a sus amigos, orarán solamente para que Dios los haga como a Abraham” (Rut 4:11). (b) “Tu vida será una bendición para los lugares en que tú permanezcas.”
5. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré. Esto implica una especie de coalición, ofensiva y defensiva, entre Dios y Abraham.
6 Serán benditas en ti todas las familias de la tierra. Ésta fue la promesa que coronaba todas las demás, porque apunta hacia el Mesías, en quien todas las promesas son Sí y Amén (2 Cor. 1:20). Nótese que:
(a) Jesucristo es la gran bendición del mundo, la mayor que jamás el mundo haya podido disfrutar.
(b) Es una bendición para la familia, pues por él entra la salvación en casa (Luc. 19:9).[2]

Elena de White comenta: Dios escogió a Abraham como su mensajero mediante el cual comunicaría la luz al mundo. La palabra de Dios llegó a él, no con la presentación de seductoras perspectivas de grandes remuneraciones en esta vida, de gran estima y honor mundanales. “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (Génesis 12:1), fue el mensaje divino a Abraham. El patriarca obedeció... Dejó atrás su país, su hogar, sus parientes y todas las relaciones agradables de su vida para transformarse en un peregrino y extranjero.[3]

3.- Aplicación:
Quizá Dios está tratando de guiarlo a un lugar donde usted pueda serle más útil y servirle mejor. No deje que la comodidad y la seguridad de su posición actual le hagan perder el plan que Dios tiene para usted.

Elena de White señala Hay personas que podrían estar en situaciones favorables... en todas las cosas de la vida, pero Dios puede tener para ellos una obra que hacer en otra parte, una obra que no podrían hacer entre sus parientes y amigos. La misma comodidad y los parientes que los rodean pueden impedirles desarrollar los rasgos de carácter que Dios quisiera que desarrollaran. Pero Dios ve que cambiando su situación y enviándolos a lugares cuyo ambiente sea completamente diferente, ellos estarán en el sitio donde mejor podrán desarrollar un carácter que lo glorifique... Dios en su providencia nos coloca en situaciones en las cuales sentimos nuestra necesidad de su ayuda y poder, y ama revelarse a nosotros”.[4]




[1]Reina Valera Revisada (1960) (Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas, 1998), Gn 12.1-3.
[2]Matthew Henry and Francisco Lacueva, Comentario Bı́blico De Matthew Henry (08224 TERRASSA (Barcelona): Editorial CLIE, 1999), 35.

[3]Elena G. de White, Testimonies for the Church 4:523.

[4]Elena G. de White, En los lugares celestiales,1968, 114.

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